DÉCIMA DE SAN ISIDRO

Jarocho abre la Puerta de Madrid

Jarocho sale a hombros de Las Ventas.

Jarocho sale a hombros de Las Ventas. / Plaza de Toros de las Ventas

EL descanso del Lunes de Pentecostés, segunda parada en la eterna isidrada, no dejaba de ser un punto y seguido en un ciclo que aún no ha rebasado su ecuador. El cartel anunciaba a dos reincidentes y un tercero, Jarocho, que se presentaba ante la cátedra madrileña sin atisbar que al anochecer de esa desapacible jornada madrileña acabaría abandonando la plaza a hombros por la Puerta de Madrid en medio de esas apoteosis, tan venteñas, en la que bastan quince o veinte muletazos bien dictados para cambiar todas las tornas.

Jarocho, que es hijo del cuerpo, ya había despachado un tercero zancón y escurrido que se devolvió por flojo. Lo sustituyó un sobrero de Villanueva, falto de clase y de ritmo, al que iba a torear templado y de rodillas en el inicio de una labor de intensidad creciente que no estuvo exenta de fases notables por ambas manos, dejando sensación de novillero hecho. El espadazo, corto y tendido, sí fue efectivo. Se quedó cerca de cortar la oreja que ya habían paseado sus compañeros antes de que dieran salida al sexto.

Jarocho ante su sexto novillo Jarocho ante su sexto novillo

Jarocho ante su sexto novillo / Plaza de Toros de las Ventas

Era el más fuerte del envío gaditano, al que recibió con dos largas de rodillas en el inicio de un variado saludo capotero en el que hubo lances de todos los colores. El burgalés, que había llegado dispuesto a no dejar pasar la oportunidad, dio distancia al novillo pero llegó a ser alcanzado dos veces por las tripas. El bicho se había orientado convirtiendo la primera fase de la faena en un emotivo toma y daca del que salió victorioso el novillero. Pero lo mejor estaba por llegar cuando, definitivamente encajado y entregado, llegó a dibujar naturales de excelentísima factura en una faena que fue creciendo en intensidad y comunión con el público. Lo había cuajado de verdad y lo mató sin contemplaciones. Los marronazos del puntillero no lograron doblegar el entusiasmo. La Puerta Grande, tan de Madrid, estaba cantada.

Le había tocado abrir plaza a un manchego de Hiniesta, Alejandro Peñaranda, que pechó con un castaño casi cuatreño que nunca humilló en los capotes, se defendió de puro flojo y llegó al último tercio con un punto de violencia. Peñaranda, firme y centrado, le buscó las vueltas y su mejor fondo hasta torearlo con limpieza, mando y profundidad, especialmente por el pitón izquierdo. Tuvo mérito la labor del conquense que, después de una suerte de bernardinas, acabó con su enemigo de un pinchazo y una contundente estocada.

El cuarto, de pelo jabonero, lo brindó al público antes de emplearse en el unicio de labor de plantas asentadas y embestidas exigentes y un punto ásperas. El utrero acabaría desarrollando genio. La papeleta no era fácil y en un frenazo, con el novillo a la defensiva, se echó el chaval a los lomos en una fortísima voltereta. Volvió a la cara y el que sacó la casta fue el novillero en la segunda fase de una faena descarnada, especialmente al natural, que tuvo muchísimo mérito. La oreja era más que merecida.

El segundo en liza había sido Ismael Martín, de la localidad charra de Cantalpino, que lanceó con firmeza a su primer enemigo y lo sacó del caballo -con sentido y oportunidad- con el vistoso quite de oro. Martín tomó los palos poniendo mucha voluntad y menos acierto. Muleta en mano pudo comprobar la tendencia a defenderse del animal que medio se movía en la inercia de la larga distancia sin humillar nunca, desarrollando genio, bronquedad y dificultades. Ismael puso entrega y lo mató como un rayo.

Le quedaba el quinto, con el que volvió a emplearse en el segundo tercio con la meta de mejorar la impresión del novillo anterior. Lo logró en tres trepidantes pares, cobrados con aire deportivo, antes de brindar a la parroquia a la que emocionó en el arranque de faena, dictada de rodillas. El animal no regalaba nada y le rebañó a la primera oportunidad. El utrero de Fuente Ymbro había sido otra dura prueba que el salmantino -nacido en Zurich- solventó con más soltura que en el primero de su lote. El bicho exigía pasos perdidos, cites cruzados, muleta puesta, piernas, reflejos... La cosa acabó por bernardinas en el filo de la navaja y otro espadazo fulminante que puso en sus manos la oreja. Los tres habían dado a barba.

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