Evocando al Niño de la Palma

CONTRACRÓNICA: DÉCIMOQUINTA DE ABONO

Cayetano cumplió su última tarde en Sevilla rindiendo homenaje a su bisabuelo al cumplirse el centenario de su alternativa en Sevilla

David de Miranda abre la Puerta del Príncipe en el colofón de una tarde anodina

Recaída de Curro Romero, que vuelve a estar ingresado en el Virgen Macarena

Cayetano se despidió del coso sevillano besando un puñado de su albero.
Cayetano se despidió del coso sevillano besando un puñado de su albero. / Juan Carlos Vázquez

MÁS allá de las matizaciones que se puedan poner a la Puerta del Príncipe de David de Miranda;al juego del excelente Hojalatero y hasta la extraña y errática actuación de Roca Rey, la tarde de este espeso Sábado de Farolillos -el público andaba loco por vivir su propia experiencia- escondía el homenaje de Cayetano Rivera Ordóñez a su propia dinastía en la tarde de su opaca despedida de la plaza de la Maestranza. El nieto de Antonio Ordóñez; el hijo de Paquirri y el hermano de Francisco Rivera Ordóñez había escogido un vestido de delanteras bordadas, a la usanza de los años 20 del pasado siglo -Morante también lo hizo, emulando un traje de Granero- para evocar la figura de su bisabuelo, aquel torero que había revolucionado el cotarro en el corazón de la Edad de Plata.

El de 2025 no deja de ser un año marcado a fuego en la dinastía rondeña. Es el que había fijado Alfonso Ordóñez Araújo -el gran maestro de plata- para despedirse del palco de la Maestranza pero la enfermedad le impidió entonar ese adiós simbólico, muy pocos días antes de una sentida muerte que ha sacudido como un mazazo a la familia del toro sevillana. Cayetano, que es su sobrino nieto, llevaba un discreto brazalete de luto en su recuerdo. Pero su vestido malva y plata servía para enmarcar el centenario de una saga que en realidad tiene las raíces más hondas. El 11 de junio de 1925, que era día del Corpus, iba a tomar la alternativa en Sevilla de manos del mismísimo Juan Belmonte un joven rondeño que ya había revolucionado el cotarro como novillero en la plaza de la Maestranza antes de que Gregorio Corrochano, santón de la crítica de la época, ungiera al aspirante con uno de los titulares más lapidarios de la historia del toreo: “Es de Ronda y se llama Cayetano….”

Casi un siglo después, su bisnieto se despedía de esa plaza besando un puñado de su albero, el mismo que han pisado todas las figuras de su dinastía. Tiempo habra, cuando llegué el momento exacto, de evocar aquel tiempo, la génesis de una dinastía que cuando concluya esta temporada, dejará de estar presente en los ruedos de la piel de toro.

1925, precisamente, iba a marcar también el inicio de la compleja amistad de Hemingway con el propio Cayetano Ordóñez. El torero de Ronda se vería retratado literariamente en Muerte en la tarde con el nombre de Pedro Romero. Don Ernesto, que así le llamaban los pamplonicas, nunca olvidaría a España ni a los españoles y el estallido de la Guerra Civil marcaría su retorno a la piel de toro como corresponsal bélico comprometido con la causa perdida de la Segunda República. Aquellas experiencias vitales, una vez más, se iban a ver reflejadas en otro libro: Por quién doblan las campanas. Tendrían que pasar casi tres lustros para que el escritor, en plena decadencia física y personal, volviera al país que tanto amó.

Fue en 1953, año de su redescubrimiento de Pamplona y las fiestas de San Fermín. Antonio Ordóñez, que había tomado la alternativa dos años antes, propició una cita entre ambos que culminó con una cena en Las Pocholas. El recuerdo del Niño de la Palma, padre del genial rondeño, gravitaba en ese reencuentro personal que suponía el inicio de una peculiar amistad filial que sólo detendría un cartucho del 12 poco tiempo después de novelar aquella competencia entre Ordóñez y su cuñado Luis Miguel en El verano peligroso.

stats