Julio Aparicio se miró en el espejo de su tío

Con el tercer festejo clasificatorio llegó también la decisión del jurado. Javier Torres Bombita, Julio Aparicio, Alejandro González y Manuel Domínguez -en una inusual final de ocho erales según el dictado del jurado de asesores de la presidencia- se enfrentarán el próximo día 24 al encierro de Gabriel Rojas preparado para la gran final de este XXXVIII Ciclo de Promoción de Nuevos Valores que está llenando las noches de los jueves de julio de esa clásica ecuación de juventud, ambiente familiar, ilusión y, por qué no decirlo, esa selecta nevería que otorga su propio carácter a estos festejos.

El tercer y cuarto finalista iban a salir del festejo de ayer, pobre en lo artístico y lo ganadero pero que alumbró los chispazos de un nuevo Julio Aparicio que evoca a su tío, el artista de los 90, hasta en el más mímimo guiño. Fue con el quinto, un eral manso que se dejó a medias. Hubo perfume de su sangre en aquel muletazo, en ese trincherazo dentro de una faena irregular, un pelín atenazada por el espejo familiar, que iba a rematar con un fulminante espadazo que fue clave para pasear la única oreja que se iba a pasear en todo el festejo.

Había abierto cartel El Gali, un novillero algecireño que anduvo animoso, también un pelín más nervioso de la cuenta, con un eral de movilidad un punto informal y brusca sin que la faena, plagada de pases de todas las marcas, llegara a pasar a mayores.

Agustín de Antonio, de la escuela de Sevilla, mostró atisbos de temple en los lances de recibo. Comenzó su faena de rodillas, poniéndose a torear sin aprietos, quizá un poquito despegado, en una labor correcta que tuvo delante un novillo que se dejó sin más. Al entrar a matar fue enganchado aparatosamente. Se lo llevaron para dentro pero afortunadamente no había cornada.

Seguíamos tachando nombres y saltó el tercero sin que Jaime Padilla, sobrino del Ciclón de Jerez, lograra cambiar el signo del festejo. Se enfrentó a un eral mansurrón y bronco que brindó a Finito de Córdoba. Pero con esos mimbres -una embestida violenta y geniuda- no se podía hacer ningún cesto.

La cosa seguía sin enderezarse y el rondeño Manuel Díaz, presentado por la Escuela de La Algaba, se marchó a portagayola a recibir al cuarto, que se iba a desplazar con más genio que entrega en una labor accidentada en la que hay que reconocer la voluntad del aspirante. Pero aún quedaba Manuel Domínguez, que ya había sido aclamado por los suyos en el quite al novillo de Aparicio. El mairenero volvió a formar un alboroto a su manera lanceando al sexto. Pero sus ganas, el inagotable aliento de su gente, hasta el esbozo de lo que puede llegar a ser, iban a estrellarse con otro eral brusco y deslucido. El dictamen del jurado, eso sí, validó el paso a la final.