La verdad y la mentira

Balcón de sol

06 de mayo 2025 - 00:13

Al estatuario, le llamaban los aficionados el pase del celeste imperio. Lo popularizó el Gallo. Recto, las piernas juntas, citaba el divino calvo y, cuando el toro entraba en jurisdicción, se limitaba a levantar la muleta como una barrera. No había mando ni toreo y, por eso, los aficionados le pusieron ese nombre pues lo consideraban un cuento chino.

Tras unos ayudados por bajo, así inicio Morante, conocedor de tantas suertes, en el tercio, con elegancia, la faena a su primero. En la segunda raya, en la distancia justa, continuó con la derecha, dando el pecho, la muleta adelante y rematando atrás. El toro noble y chico, como toda la corrida, tenía poca fuerza. No le podía bajar la mano. A veces echaba la cara arriba, enganchando la muleta. Le da una segunda serie, bajándole más la mano, honda y profunda. Con la izquierda el toro protesta más. Continua de frente, ya cerrando al toro, a pies juntos al natural para entrar a matar con un mete y saca y, después, una estocada caída y cruzada. El defectuoso manejo de la espada le privó de una merecida oreja. En su segundo, otro toro chico pero noble, inició la faena en el tercio con unos elegantes ayudados por bajo ligado con unos por alto para, a continuación, ya en la segunda raya, con la mano baja dar una serie limpia y honda rematada al final de la cadera, Continuo al natural, como hacía Manolo Vázquez, de frente a pies juntos, al salir de un pase tropieza y se cae, sin aspavientos, se levanta y continua toreando, como si nada hubiese pasado, para rematar la faena con un flamenco molinete. Mata de una estocada desprendida y, ahora sí, Corta una oreja que pasea relajado mientras suena, no hay mejor pasodoble, Suspiros de España. Fueron dos faenas similares, pasándose el toro muy cerca, por la barriga, de mucha pureza y verdad, de un torero en plena salazón.

El mejor lote se lo llevo Manzanares. Sus dos toros, chicos como toda la corrida, desarrollaron una gran nobleza. Ambos eran de lio gordo. El mismo Manzanares, ay, en otros tiempos... Pero hace mucho tiempo que no está. Siempre al hilo, tocando al pitón contrario, la muleta cogida por la punta, vaciando al toro hacia fuera. ¡cuánta distancia entre él y el toro! Mató sus dos toros de sendas estocadas, a su estilo, que no siempre es el más puro. Cortó, como en cualquier pueblo, una oreja y pudo cortar otra si no hubiese pinchado. Así está la plaza.

Talavante brilló en el noble y chico sexto, un becerro de tentadero. Brindó al público, para iniciar la faena con un pase cambiado por la espalada y continuar toreando en redondo en series ligadas mecánicas y aceleradas de las que a veces salía trastabillado. En un espejismo, un pase natural lento y hondo, me recordó al mejor Talavante, para volver de nuevo a la vulgaridad en que se encuentra instalado y, ya con el toro más corto, concluir con unas luquecinas y matar de una certera estocada. Cortó oreja, la plaza enloquecida pedía otra, el presidente no la otorgó. Hay que recuperar la credibilidad de la plaza.

Abandono la plaza, mientras escucho el griterío y pienso lo mentiroso que a veces es el toreo, premiando la mentira frente a la verdad, el engaño frente a la autenticidad, la de un torero de época pasándose los toros por la barriga o un torero de plata, Javier ambel, cuadrando en la cara del toro un precioso par de banderillas del que salió cogido.

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