Morante, Ortega y Aguado: un tratado de torería coral

CONTRACRÓNICA: SEXTA DE ABONO

Más allá de las condiciones de los toros, los tres espadas brindaron momentos memorables

El diestro de La Puebla recuperó su fuero, dos años después

Reencuentro de Morante en una tarde de torería compartida

Morante había venido a torear

Pase por alto de Morante al primero de la tarde, un ejemplar de Domingo Hernández llamado 'Treinta y Dos'.
Pase por alto de Morante al primero de la tarde, un ejemplar de Domingo Hernández llamado 'Treinta y Dos'. / Juan Carlos Muñoz

UNA buena tarde de toros. Es la que vivimos en este esperado jueves de preferia más allá de las condiciones de los astados de Domingo Hernández y demasiadas veces a pesar de ellos. Pero los tres espadas -Morante, Ortega y Aguado- no fallaron a la expectación desbordada en el que, a todas luces, era el único cartel sin fisuras del abono primaveral. Encara ya sus días grandes pendiente del encendido de los farolillos que este año recupera su fecha tradicional entre las palmas y los pitos -la clásica e inevitable división de opiniones- de esos sevillanos y feriantes adoptados que cuentan la feria según les va en ella.

Pero hay que volver a la cara del toro. La aptitud, la actitud y el concepto de los tres espadas sevillanos se aliaron para brindar un notable espectáculo coral que se impuso al inevitable metraje de la corrida, que rebasó de largo las dos horas y media en ese mar de pausas y tiempos muertos que lastran el espectáculo moderno. La clave del asunto pasaba por corresponder a la expectación despertada, fueran como fuesen las condiciones de esos toros charros a los que les sobró mansedumbre y les faltó una presentación más armónica e igualada para la alcurnia del escenario. Dicen que son reses que hacen cosas raras en los tentaderos y que nunca se definen en los primeros tercios pero las reses que ahora cría Concha Hernández -su hermano Justo es uno de los genios contemporáneos de la geneaología del toro bravo- estuvieron ayunos de demasiadas cosas...

Con ese material, decidido a torear, Morante iba a construir una gran tarde de toros en la que sumó magisterio, compromiso, conocimiento, valor y ese toque de magia que consigue despertar las ilusiones. Dio gusto verle con el primero, pintando cuadros añejos, derrochando torería, toreando en el aire del animal y arrancando esos naturales postreros... Conviene ubicar la obra en sus circunstancias. Cuando hizo el paseo el pasado Domingo de Resurrección hacía un año justo que no pisaba la plaza de la Maestranza. Y han sido dos de lucha con fantasmas y gigantes que no siempre eran molinos de viento. La tarde de ayer, de alguna manera, marcaba el verdadero reencuentro con esa plaza que ya había enloquecido en abril de 2023 con el rabo cortado a Ligerito, que sí fue un gran toro de Domingo Hernández.

Pero el mago volvió a dar un toque a su chistera deslumbrando con esos lances a una mano -con aire de otro tiempo- que pusieron la plaza boca abajo preparando el terreno de la faena posterior. Hay que calibrarla bajo los parámetros del entusiasmo, la entrega, hasta la intensa brevedad de otras épocas. Contemplar a Morante -recamado de oro con chaquetilla de delanteras bordadas- en la hora del lubricán, en ese momento mágico en el que suceden los milagros en la plaza de la Maestranza, era abrir una ventana a esa Edad de Plata de la que, de una forma u otra, es el verdadero epígono.

Cortó dos orejas aclamadas, pedidas y celebradas. Pero qué más dan los trofeos, los reglamentos y esas componendas que sólo sirven para los que nunca se enteran de nada. Ya lo escribimos y lo repetimos ahora: Morante, como Ortega y Aguado, había venido resuelto a torear.

Pero si el diestro de La Puebla dejó bien amarrado su trono no podemos soslayar las muchas cosas buenas que brindaron Ortega y Aguado. Las condiciones de sus toros iban a impedir al primero explayarse más allá de ese impresionante capote que le convierten en uno de los mejores intérpretes contemporáneos. Y qué alegría da ver a Pablo Aguado convertir cada lance y muletazo en un tratado de armonía y torería natural sin importarle, como en el tercero, la mansedumbre exasperante de su oponente. Quedan varias tardes para verles. Que no decaiga...

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