Morante había venido a torear...

LA CONTRACRÓNICA

El diestro de La Puebla dictó una faena inicialmente incomprendida por el público. En la víspera había estado contemplando a la Virgen de la Soledad, la devoción primera de la familia Ordóñez

La Soledad de Antonio Ordóñez

Morante fue el autor de una obra inicialmente incomprendida.
Morante fue el autor de una obra inicialmente incomprendida. / José Ángel García

EL concertino fluía casi en secreto, muletazo a muletazo, con el palillo tomado por el cáncamo en una de esas labores dichas para cabales que no terminan de ser apreciadas por estos públicos de aluvión. Tuvo que ser el propio torero, impacientado con demasiadas cosas, el que interpelara al tendido para que cayeran en la cuenta de lo que estaba sucediendo. Era un tratado de torería natural y entregada, de un tío que se pasa los toros más cerca que medio escalafón amarrado con una guita, consciente de que aquel esfuerzo sincero estaba pasando inadvertido.

“¿Qué queréis?” había preguntado el diestro de La Puebla al público que, desde ese momento, sí se apercibió de la sencilla grandeza de esa faena dictada al natural que había tenido el preludio de los valentísimos lances de recibo, quietas las plantas, dejándose llegar al toro donde quema el aire... El público -parte de él- sí había tenido la sensibilidad de sacar al genio cigarrero hasta las rayas del tercio para recoger la ovación que saludaba su vuelta a la plaza de la Maestranza un año exacto después de su última tarde. Entre el 19 de abril de 2024 y este tardío Domingo de Resurrección han pasado demasiadas cosas. Morante ha subido a su particular calvario...

Pero unas cosas nos llevan a otras. El torero de La Puebla, este mismo Sábado Santo, contemplaba las cofradías desde unas sillas en la primera fila de la plaza de La Campana acompañado de su fiel Pedro Marques. La Soledad de San Lorenzo, la última dolorosa de la Semana Santa de Sevilla, está estrechamente vinculada a la dinastía de los Ordóñez. Antonio Ordóñez, el gran rondeño, le regaló su vestido más preciado: el heliotropo y oro que había vestido en su demorada vuelta a la plaza de la Maestranza en la histórica Feria de Abril de 1967. Pero aquella vuelta -no toreaba en Sevilla desde 1961- había estado precedida de unos divertidos tiras y aflojas con Diodoro Canorea que revelan la genialidad de aquellos tipos irrepetibles. En el 65 el empresario no había accedido a pagarle el mismo kilo de billetes que ya aflojaba a El Cordobés, con el que nunca llegó a coincidir en una plaza vestido de luces. Al año siguiente fue Antonio el que despidió al bueno de Canorea que había llevado hasta Valcargado la misma botella de Alfonso que se quedó sin descorchar el año anterior. Todo encajó finalmente en 1967. Pero la definitiva revelación llegaría en la segunda tarde de aquel año inolvidable, plagado de estrellas:Ordóñez acabó con el cuadro ante una corrida de Urquijo y el traje, entregado a la hermandad unos días después, sirvió para confeccionar una de las sayas más queridas de la Virgen pálida de San Lorenzo que suele lucir en estos días de Pascua Florida después de despojarse de las ropas de luto.

El caso es que son días de celebración para la saga:pronto se cumplirá el centenario de la alternativa del Niño de la Palma, mitificado por los pomposos titulares de Gregorio Corrochano, retratado literariamente por Hemingway en el libro Fiesta y padre de cinco hijos toreros... Ese centenario era una fecha redonda para enmarcar la retirada del palco de un grandioso hombre de plata, el quinto hijo torero del Niño de la Palma, que no pudo ejercer su función de asesor artístico en la presidencia de la Maestranza -que ayer no tuvo su mejor día- por algunos achaques de salud.

Hablamos de Alfonso Ordóñez Araújo, torero por la gracia de Dios y de Consuelo y Cayetano, tal y como le gusta repetir al veterano torero que vivió junto a su hermano Antonio -y una larguísima baraja de matadores- los años más intensos de su magistral trayectoria como hombre de plata, convertido en referente para la profesión. Sirvan estan líneas de homenaje a su figura que merece una despedida a modo.

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