Vidas que ponen cara a la solidaridad

Mujer de más de 50 años, con estudios universitarios y jubilada o a punto de estarlo. Éste es, según los datos que maneja la Plataforma del Voluntariado Social de Sevilla, el perfil de las personas que de forma desinteresada prestan su tiempo para ayudar a los colectivos que más lo necesitan y que en toda la provincia se calcula son cerca de 25.000. Pero detrás de cada voluntario hay una historia, una motivación y, sobre todo, una persona con nombre y apellidos con ganas de contribuir a hacer de ésta una sociedad más justa.

Tras criar a sus tres hijas, Juani Rogeno se dio cuenta un día de que tenía "demasiado tiempo libre" y a sus 55 años llegó a la conclusión de "que era demasiado egoísta quedarme en casa pudiendo echar una mano en algún sitio". Varios conocidos le hablaron de la labor que desarrolla el Teléfono de la Esperanza y decidió ponerse en contacto con la sede que la asociación tiene en Sevilla. Tras varios meses de formación, Juani empezó a colaborar con la ONG atendiendo las llamadas de ciudadanos cinco horas un día a la semana. "La primera vez no me salía la voz", cuenta, "pero aunque a veces es duro la experiencia me está enseñando a conocerme a mí misma y a ponerme en el lugar de otros antes de juzgar a nadie".

También Emilio Mejías Granado sabe lo importante que es ponerse en el lugar del otro. Este sevillano de 67 años, casado y padre de tres hijas que le han dado siete nietos ha trabajado media vida en la fábrica de Cruzcampo. Hace 16 años, decidió que tenía que poner fin a la adicción al juego que lo había acompañado décadas y acudió a la Asociación Sevillana de Jugadores de Azar en Rehabilitación (Asejer). "Primero lo hice para ayudarme a mí mismo", explica, "y en cuanto salí del agujero me propuse ayudar a los demás". Desde entonces, Emilio, que recibirá en poco tiempo la Medalla de Oro en su empresa, colabora en la asociación "en todo lo que puedo" y coordina las terapias a la que asisten los jugadores que, como él en su día, están luchando para librarse de su adicción. "Sé que mi experiencia pude ayudar a otros", asegura.

Conchi Santiago, sencillamente, no entiende la vida "sin hacer algo para ayudar a los demás". Aunque nació en Granada, lleva más de 14 años en Sevilla y recuerda cómo desde que era una niña "mis padres siempre ayudaban a los necesitados". Con 27 años empezó a colaborar con la obra de la Asociación de Caridad San Vicente de Paúl y más de tres décadas después sigue en esta tarea. "Voy todos los días a ayudar al comedor social de Pagés del Corro preparando bocadillos o lo que sea", explica. "Trabajamos con la gente que no tiene nada, que vive en la calle y los llevamos al médico o los acompañamos en los hospitales". Asegura que "en el voluntariado he encontrado mi lugar en la vida" y tiene claro que "todos podemos servir de algo a los demás".

Cuando hace diez años, siendo aún un estudiante de Magisterio, empezó a colaborar como voluntario en la Confederación Andaluza de Personas con Discapacidad Física y Orgánica (CANF), Emilio Tortosa no podía imaginar que su vida cambiaría para siempre. "Pensé que la experiencia me podía servir para mi profesión en el futuro", dice. Ahora, a sus 31 años Emilio trabaja como coordinador del voluntariado en la entidad, que presta apoyo asistencial, de acompañamiento y de fomento del tiempo libre a las personas con discapacidad y también a sus familiares.

Para ser voluntario, "no sólo hay que querer ayudar sino también saber cómo hacerlo". Lo explica María del Mar Izquierdo, técnico de la Plataforma del Voluntariado Social de Sevilla, que nació en 1987 para coordinar el voluntariado en la ciudad. "Nuestra labor consiste en ser el cauce que une a las personas que quieren ser voluntarias con las asociaciones que necesitan esta ayuda". Tras hacer un estudio de su personalidad y su disponibilidad, determinan qué entidad (actualmente agrupa a 64 en la provincia) encajaría con su perfil y los forman para que puedan empezar a colaborar. Sensibilizar sobre el voluntariado es otra de las funciones de la plataforma.