Un fútbol de golosinas con cuchara
Liga de campeones · sevilla-Dinamo de zagreb · Marcaje al hombre
Ganso sacó su juego de engaños e invenciones sobre la marcha para deleite de la parroquia sevillista. Sirvió pases de gol, luego no culminados, a Vietto, N'Zonzi y Vitolo.
Paulo Henrique Ganso. PH Ganso en la camiseta. Ya en esa serigrafía burla este brasileño al personal. Porque de PH anda más bien cortito. Si hay algo que le falta a su fútbol es acidez. Mala uva. Él más bien engaña con dulces golosinas. Así embauca, seduce. Saca pañuelos de seda, chisteras y palomas para que el público, también los enemigos, queden hechizados. Esa magia tiene un asterisco, una letra pequeña: si el frenesí reina a su alrededor, como suele pasar en el fútbol europeo, a Ganso se le desmonta su escenario de magia y queda con la sensación de un espectador al que subieron al escenario. De burlador a burlado. Como esos elegidos que tienen la suerte de ser los conejillos de indias de Juan Tamariz.
Ayer, el escenario sí pintaba para que Ganso rememorara sus malabares con Neymar en aquel Santos triunfador. El Dinamo de Zagreb no se iba a resignar de salida a su papel de figurante, pero su nivel, que le llegaría para ser uno más en la categoría donde el Sevilla Atlético despunta, lo convenció pronto de que allí lo único que tenía en juego era su imagen ante el jefe del fútbol croata, Davor Suker.
Ganso partió en una línea de tres mediapuntas junto a Franco Vázquez a su derecha y Vitolo a su izquierda. Por detrás, Kraneviter junto a N'Zonzi. Eso en la pizarra, claro. Luego llegan los movimientos. Los meandros que dibuja la mente de Sampaoli. Primera diferencia con el gran ausente de ayer, con el hombre al que Ganso debía hacer olvidar, Samir Nasri: su área de influencia en el terreno de juego es mucho más reducida. Por ese motivo, también la actividad. El francés baja, la pide -quizás su músculo haya protestado de tanta carrera por pasillos interiores- pero Ganso esperó arriba, en tres cuartos.
Como el Dinamo de Zagreb esperó tan replegado, al ex paulista no le costó conectar con N'Zonzi, sobre todo. El gigante francés es como un enorme calamar en este Sevilla cuyos tentáculos llegan a todos los rincones del campo. Y Ganso, con su estilo tan ajeno al atropello, con su delicadeza, empezó a sacar de su chistera pequeños bocados de auténtica delicatessen para deleite de los asistentes a la cena.
Hasta se sacó el sereno mediapunta una cuchara, por si a alguien le faltaba. Fue en su acción más vistosa. Volvió a maniobrar como de puntillas por el carril del diez y desde la media luna metió su bota izquierda por debajo del balón. Al tiempo que lo elevaba, giraba hacia fuera la pierna y en su parábola súbita, acusada, Vitolo se encontró de repente ante el portero croata. En una décima de segundo, Ganso adivinó un gol en un bosque de piernas croatas. Vitolo remató de volea, tal como le vino. También le faltó acidez, más PH, al remate del canario.
El sevillismo aplaudió el lance de Ganso como los curristas aplaudían después de que el Faraón parara los relojes abrochando una media verónica. A Curro el capote o la muleta parecía que no le pesaran más que un papelillo de fumar. Él era artista en el sentido más puro y cuando no estaba la tarde para el arte, no estaba. Ganso concibe el fútbol con esa misma sensibilidad. Mal asunto ese para su deseo de triunfar en Europa. Aquí abundan las corridas duras. En puntas. Y los toros de mirada torva ante los que hay que fajarse y lidiar. Ayer, el parsimonioso fantasista quiso convencer a Sampaoli de que puede hacerlo: robó varios balones. Y uno acabó en el gol de Vietto. El domingo, seguramente sin Nasri, la corrida va a ser más seria. No parecen toros para Ganso. Pero él, ayer, se ató los machos.
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