Cultura

El amor propio

  • 'EL VÉRTIGO DE BABEL'. Pascal Bruckner. Trad. Manuel Arranz. Acantilado. Barcelona, 2016. 80 páginas. 10 euros.

Los inconvenientes o los peligros ciertos de la globalización vienen siendo denunciados desde hace décadas por una constelación de pensadores muy heterogéneos entre los que hay de todo, desde humanistas libertarios a ultras xenófobos, por lo que conviene examinar bien los argumentos -lo que se rechaza, lo que se defiende- a fin de evitar malentendidos o compañías indeseables. En El vértigo de Babel, publicado a mediados de los noventa, Pascal Bruckner ya previno, antes de la generalización de internet, contra la idea -o más bien el espejismo- de una comunidad universal en la que quedarían diluidas las diferencias locales o nacionales de acuerdo con la perspectiva, ciertamente seductora, de una humanidad sin fronteras.

Desde la disyuntiva del subtítulo, Bruckner diferencia el cosmopolitismo, reservado a quienes están profundamente familiarizados con otras lenguas y culturas, de la poco deseable globalización, que toma elementos superficiales de todas ellas -el "zapping cultural", un eclecticismo de supermercado- sin llegar a comprender ninguna y crea, en consecuencia, una suerte de uniformidad artificiosa, empobrecedora, regida por los imperativos del consumo. El primero, encarnado por exquisitos o dolientes apátridas, resulta de una suma de memorias y singularidades. La segunda implica el olvido de la identidad a cambio de una "mescolanza babélica" que no supone ganancia ninguna. Frente al discurso oficial de nuestra época, que al menos en teoría ensalza el mestizaje, el ensayista propone el conocimiento de la cultura de origen como requisito previo para acercarse a otras realidades.

A Bruckner, estigmatizado como "nuevo reaccionario" por los paladines del progresismo, se le puede reprochar que disfrute provocando a sus impugnadores, pero no hace falta compartir todas o del todo sus tesis -de hecho discutibles, nunca acomodaticias- para apreciar su aportación en un paisaje intelectual dominado por el imperio de lo políticamente correcto. Cabe defender un "apego crítico" a las raíces, a la idea de nación, sin por ello caer en el chauvinismo. Bruckner lo hace, tomando distancia del optimismo europeísta que aboga por una asociación cada vez más estrecha -el "fetichismo de la unión por la unión"- frente a las "viejas patrias cargadas de crímenes". Amar lo propio, viene a decir, no es pecado.

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