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Cultura

Un mundo que se desvanece

  • Los retratos de Atín Aya ilustran la vida campesina, la melancolía y el abandono de una Andalucía apenas visible · Focus colabora en el inventario de su obra, que será el paso previo a la creación de una Fundación

El uso contrastado de la luz y la sombra junto al calado psicológico de sus retratos conforman dos grandes señas de la poética visual de Atín Aya, uno de los autores más singulares e inclasificables de la fotografía española del siglo XX. "Fue un artista sobrio, de una sencilla elegancia. Le gustaba hacer las cosas con calma y sentía pasión por las fotografías que pudieran pertenecer a cualquier época". Habla su hija, también fotógrafa, María Aya. Ella, junto al periodista y escritor Diego Carrasco, es la comisaria de Paisanos, la nueva entrega del talento en blanco y negro de un fotógrafo prematuramente desaparecido cuyo magisterio no hace sino crecer. Las 41 imágenes pueden verse, hasta el 30 de enero, en el Centro Cultural Cajasol.

Los referentes de Atín Aya eran los grandes clásicos, como August Sander o Richard Avedon, pero María no encuentra nada igual a su estética en la fotografía documental española. Sobre todo en lo que concierne a sus retratos. "Es impresionante cómo conseguía captar a los personajes, que ante sus cámaras de gran formato dan lo mejor de sí mismos. Esa estética humanista singulariza su trabajo frente a otras perspectivas más sociales, como la que asume, por ejemplo, Cristina García Rodero".

Para seguir profundizando en su obra, María Aya ha impulsado su inventario y catalogación, un empeño que cuenta actualmente con una subvención de Focus Abengoa. "Su archivo es muy grande y necesitamos dedicarle tiempo: saber quién posa, en qué momento, dónde se toman las fotos... Por fortuna, él lo tenía muy ordenado y detallado manualmente. Lo más importante es que se conservan contactos de casi todo", continúa.

La organización del archivo será el paso previo para la organización de una gran exposición antológica que permita revisar su obra y ponerla al alcance de las nuevas generaciones de fotógrafos. Ese afán por impulsar la divulgación y el estudio de los trabajos de Atín Aya ha llevado también a María, heredera de sus fondos fotográficos, a estudiar la fórmula jurídica idónea, que sería "una Fundación en la que estuvieran presentes patronos con criterio y abierta a la participación pública y privada".

Y es que los fondos de Atín Aya todavía guardan numerosas estampas de un mundo que se desvanece; perfiles de estibadores, gañanes, guardeses, cazadores, curas rurales, pescadores o carboneros, por citar sólo algunos modelos de Paisanos. Acompaña a la exposición un excelente catálogo, aún más preciado si se tiene en cuenta que los de sus tres grandes series monográficas -Marismas, Sevillanos y el dedicado a imágenes de la Maestranza- están agotados.

Con el estreno de Paisanos se cumple también un sueño de su autor. Antes de fallecer, Atín presentó al comisario artístico Francisco del Río una preselección de imágenes inéditas sobre los campos y pueblos andaluces captadas en las horas libres que le dejaba su trabajo sobre cortijos, haciendas y lagares. No hubo tiempo para desarrollar aquel proyecto pero la mayoría del material es el que ahora acoge Cajasol. "Es una selección muy buena y los grandes formatos usados en la serie de los oficios resultan muy acertados. Paisanos descubre además la línea menos explorada del trabajo de Atín: las puestas en escena. Esos grupos de familias gitanas, de matarifes, de restauradores... nada tienen que ver con el instante decisivo de Cartier Bresson ni con el documento ficción de Jeff Wall. Son más deudoras del neorrealismo italiano. Y, en todo caso, son tan personales y magistrales como el resto de su obra", aprecia Francisco del Río.

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