Una muestra sobre Gonzalo Bilbao abrirá el próximo curso del Bellas Artes

El museo inaugurará en otoño una exposición de sus fondos sobre la producción del pintor sevillano y su círculo · El IAPH restaura una tabla de Bernardino Luini, discípulo de Leonardo da Vinci, conservada en Utrera

Un operario del museo ajusta un foco frente al cuadro 'Madonna con el niño' de Bernardino Luini.
Un operario del museo ajusta un foco frente al cuadro 'Madonna con el niño' de Bernardino Luini.
Patricia Godino / Sevilla

14 de junio 2011 - 05:00

El Museo de Bellas Artes cierra el curso con un balance que arroja luces y sombras sobre uno de los años más complicados y pobres, presupuestariamente hablando, de la última década en la institución hispalense. Tras las celebradas exposiciones temporales de la Colección Casa de Alba y El joven Murillo, donde coincidieron el interés de los visitantes con un profundo estudio científico de las piezas, 2011 se salda con una única exposición temporal conformada con parte de los fondos de Mariano Bellver. La muestra cerró sus puertas el pasado domingo con algo más de 76.500 visitantes, mientras el asunto de la cesión de este patrimonio artístico anda encallado entre la burocracia de las administraciones y las condiciones del coleccionista.

Dejando a un lado este tema, que dista de poder resolverse a corto plazo, este curso que toca a su fin ha sido también el año en que Valme Muñoz, una de las grandes conocedoras de los fondos de la entidad por su condición de jefa de conservación del museo durante años, ha recibido el encargo de tomar las riendas de la pinacoteca. Un reto que, en tiempos de crisis, sirve sobre todo -según defiende ella- para poner en valor los fondos propios y para llevar a cabo sinergias con otras entidades dedicadas al arte y su conservación.

Sobre lo primero, la directora del Bellas Artes anunció ayer que el museo acogerá el próximo otoño, en su primera exposición del curso, una muestra sobre Gonzalo Bilbao (Sevilla, 1860-Madrid, 1938) y su círculo, que permitirá sacar a la luz algunas valiosas piezas representativas de la producción de esta figura clave de la escuela sevillana en el tránsito del XIX al XX. No en vano, la pinacoteca atesora una amplia colección de sus pinturas entre las que destacan Las cigarreras, Noche de verano en Sevilla y retratos a personajes de la época como José Gestoso y Francisco Rodríguez Marín, así como bellos ejemplos de la obra de sus contemporáneos, Miguel Ángel del Pino, Gustavo Bacarisas, Santiago Martínez y Alfonso Grosso.

Respecto a las alianzas con otros centros dedicados al patrimonio, se enmarca la presentación de la restauración de la tablarenacentista Madonna con el niño, San Roque y San Sebastián de Bernardino Luini, fechada en 1521 y conservada en la parroquia de Santa María de la Mesa de Utrera, adonde llegó en 1679, siendo hoy propiedad del Arzobispado de Sevila. Tras una compleja labor de investigación durante dos años en los talleres del Instituto de Patrimonio Histórico, la obra ha sido intervenida por un equipo multidisiciplinar dedicado a devolver el esplendor a uno de los escasos ejemplos que se conservan en Andalucía de este pintor milanés, perteneciente al círculo de Leonardo da Vinci. No en vano, ejemplos del pincel de Bernardino Scapi, conocido como Bernardino Luini, cuelgan en centros de referencia internacional como el Prado, el Louvre o el Ermitage.

Dentro de la programación trimestral de La obra invitada, esta singular pieza será expuesta en un espacio acotado dentro de la sala XIII hasta el próximo 17 de julio, fecha en la que regresará a la parroquia de Santa María de la Mesa de Utrera. Aunque su llegada sigue siendo un enigma, los historiadores apuntan a que la obra fue a parar a la localidad sevillana en 1679 (existen documentos que así lo acreditan) a través de la familia Montes de Oca, muy poderosa en el siglo XVII, cuando mantuvo relaciones comerciales con Italia.

Según ha explicado Lorenzo Pérez del Campo, técnico del IAPH, la obra sufría pérdida de la película pictórica, además de la acción de xilófagos en la superficie de la madera y las secuelas de intervenciones de nefasto resultado realizadas en el siglo XIX, como limpiezas abrasivas o la reducción de la dimensión del soporte. Sin embargo, estas acciones de escasa fortuna no impidieron que en 1925 el historiador Elías Torno la atribuyera Luini. En esta pieza confluyen las características en el estilo y la técnica asimiladas por el influjo de Da Vinci, como el refinado modelado de las figuras, el delicado juego de luces y sombras, la rigidez compositiva, así como la tradición lombarda del Cuatrocento.

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