Eduardo Jordá

Jobs

EN TRÁNSITO

12 de octubre 2011 - 01:00

EL otro día, en el vestuario de la piscina a la que voy a nadar, oí que alguien comentaba que no le caía bien Steve Jobs porque era el mayor exponente del capitalismo salvaje. Me quedé de piedra. Debería haberme acercado a aquel usuario de la piscina y preguntarle qué entendía él por capitalismo salvaje. Y debería haberle preguntado si había visto el discurso que Steve Jobs pronunció en la Universidad de Stanford, en 2005, cuando le acababan de diagnosticar el cáncer de páncreas que lo mató la semana pasada. Ese discurso ha sido visto por casi tres millones de personas y es una de las mejores muestras de oratoria -y de ideas- que se pueden encontrar en esta época de oratoria lamentable e ideas de segunda mano.

Una de las cosas más curiosas de Steve Jobs es que no usa ninguno de los términos habituales en el discurso de los empresarios (ni de los políticos, por cierto). Cuando repasa su vida como fundador de Apple, Jobs nunca habla de riqueza, ni de beneficios ni de nada por el estilo, ni usa ese estilo acartonado y lleno de frases huecas que utilizan nuestros financieros y nuestros políticos. Al contrario, Jobs habla de conceptos que nunca vemos relacionamos con la empresa ni con la política. Habla, por ejemplo, del corazón, que es la palabra más citada en su discurso. Y habla de la belleza. Y de los sacrificios que sus padres adoptivos, que pertenecían a la clase obrera -cosa que Jobs subraya sin ningún pudor-, tuvieron que hacer para enviarlo a la universidad. Y habla de la belleza de la caligrafía y de la tipografía, porque las palabras son más bellas si están representadas por unos signos que no sólo sean funcionales sino también hermosos. Y Jobs habla de la intuición, y de la importancia de dejarse llevar por la intuición. Y habla de la curiosidad. Y habla del arte. Y de la historia. Y de nuevo, una vez más, habla del corazón, que es el lugar donde se funden la belleza y la intuición y la curiosidad. Y Jobs, al final, también habla de la muerte, que todos deberíamos aceptar como una realidad inapelable.

El discurso de Jobs es todo lo contrario de lo que se suele asociar con el capitalismo salvaje. Basta hacer la prueba de compararlo con lo que vemos y oímos a diario. La mayoría de empresarios no aprecian la belleza ni saben utilizar el corazón. Tampoco tienen presente la muerte inapelable, porque si la tuvieran, serían menos codiciosos y bastante más respetuosos con un planeta que ya no da más de sí y con las vidas de sus empleados. O sea que Steve Jobs es cualquier cosa menos un exponente del capitalismo salvaje. Y su discurso demuestra que se puede ser empresario de una forma muy distinta a la habitual. Sólo por eso deberíamos considerarlo una de las personalidades más grandes de nuestro tiempo.

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