Puede asemejarse a una ecuación en la que las M sustituyan a las X, pero el futuro del Sevilla Fútbol Club cada vez se acerca más al álgebra. Está lleno de incógnitas, sin duda, y éstas, siguiendo con las matemáticas, se multiplican de manera geométrica en la parcela deportiva. Tal vez los que están dentro conozcan las respuestas adecuadas y en ese caso serían aún más torpes por no ponerle ya remedio a la sangría, pero no es normal casi nada de lo que está sucediendo.

Ayer, más o menos un año después de su reunión en el domicilio particular del presidente José María del Nido, era destituido Míchel del cargo de entrenador y, como entonces, cuando quien caía era Marcelino, se podría escribir una columna de opinión similar a la entonces suscrita. Salvo en el caso de Juande Ramos, que se marchó por su propia voluntad, la salida de un entrenador en el transcurso de una temporada es sinónimo de fracaso rotundo de la dirección deportiva, pues está claro que la primera elección, la que ellos consideraron idónea en verano, estiman que no funcionó.

Y lo malo, en el Sevilla, es que esto viene siendo ya la norma habitual en las últimas campañas, concretamente desde que Manolo Jiménez era despedido tras un empate casero contra el Xerez en los últimos minutos. Al año siguiente era Antonio Álvarez quien debía hacer las maletas de forma precipitada, después le tocaría el turno a Marcelino con toda bonhomía y ahora es Míchel quien, por los resultados o por lo que sea, no acaba su trabajo.

Pero detrás de todos esos despidos siempre está una misma persona, su nombre deportivo, como Marcelino o Míchel, también empieza por M, se llama Monchi, por qué no decirlo, y ya es hora de que vuelva a la senda de acertar más que equivocarse. A la vista de que todos pagan sus errores excepto él y su equipo, sin duda el Sevilla sería el principal beneficiado con que quien construyera la plantilla de los títulos se reseteara de una vez por todas.