La tribuna

carmen Pérez

Finanzas islámicas

CUANDO observamos los globalizados mercados financieros actuales, en los que la actividad se desarrolla con total independencia de la religión de los que emiten, invierten, intermedian o supervisan las operaciones, no podemos sino darle la razón a Voltaire al decir que "cuando se trata de dinero, todos somos de la misma religión". En ellos cada uno busca su propio beneficio con total independencia del Dios al que luego rece en la intimidad, situación que a su vez ha sido posible al superarse también las históricas desavenencias entre las grandes religiones del mundo y las tasas de interés.

Pero en las paces de Dios con la usura encontramos una excepción, los musulmanes, que se niegan a desligar sus actividades, y entre ellas las financieras, de los preceptos de la religión islámica o sharia. Por ello, la coexistencia con el resto del mundo en los mercados financieros podría parecer en principio imposible, pero no es así: los ingenieros financieros, con la imaginación tan fecunda que propicia el dinero, se aplican para integrarlos.

Las finanzas islámicas aparecen como una forma diferente de enfrentar la tarea financiera. Encontramos prohibiciones que para las finanzas occidentales, en las que casi todo vale, son impensables, como la exclusión de ciertos sectores -bebidas alcohólicas, tabaco, armamento, pornografía, juego y el sector porcino-, por no ser considerados beneficiosos para la sociedad. También está totalmente prohibido el interés, porque se entiende el dinero como un medio de intercambio, sin valor en sí mismo; el enriquecimiento injusto, derivado de que una de las partes sea tratada con abuso o inequidad; o la especulación, ya que la rentabilidad tiene que provenir del esfuerzo o del valor real de la prestación. Se exige, en cambio, el reparto de riesgos y beneficios entre los que llevan a cabo la inversión productiva y los que aportan el capital, potenciando así el desarrollo de la economía real e impidiendo la excesiva financiarización de la economía.

Así, por poner unos ejemplos, los bancos islámicos no conceden hipotecas sino que adquieren la vivienda, la mantienen en su balance, y sólo pasa a ser propiedad de la familia que la deseaba tras una serie de años en régimen de alquiler, como un leasing; en los bonos islámicos o sukuk, el rendimiento está ligado a los beneficios del proyecto al que financian, como los emitidos por General Electric, en los que los bonistas adquieren el usufructo de su división de alquileres de aviones; o los fondos de inversión islámicos, coherentes con su filosofía pero siempre que se limiten sus inversiones a empresas permitidas y de bajos ratios de endeudamientos.

Que la bolsa de Londres -y otras bolsas europeas en menor medida- tenga un segmento de negociación específico para los sukuk. Que los bancos occidentales estén desarrollando estrategias, ventanillas islámicas, para ofrecer productos islámicos compatibles. O que incluso el Gobierno británico emitiera en 2014 deuda pública, un sukuk soberano, ligado a activos inmobiliarios públicos para que cumpla las leyes de la sharia. Nada de ello debe extrañarnos: es mucho el negocio que está en juego, con un cluster de clientes cercano a los dos mil millones de musulmanes y con unas necesidades astronómicas de financiación y de inversión, tanto en la Tierra del Islam como en nuestros propios territorios.

El desarrollo está siendo espectacular, el año pasado las finanzas islámicas movieron un volumen de más de 1,6 billones de dólares, y Londres se ha convertido en el hub financiero islámico mundial. Ante esto, algunos autores, defensores de la rigurosidad del cumplimiento de la sharia, están denunciando que en muchas ocasiones se busca la forma de disimular los preceptos bajo apariencias de comisiones, honorarios, multas o participaciones en beneficios. Es probable que en algo se estén contaminando de las finanzas occidentales, pero lo cierto es que en esta integración los islámicos imponen la diferenciación, exigen que, al menos simbólicamente, sus costumbres sean respetadas. Se mantienen, como en otros muchos campos, apegados a sus tradiciones, sus creencias, su fe.

Nosotros, los occidentales, adorando a nuestro dios verdadero, el dinero, ni dejamos que nos traspasen sus interesantísimas propuestas éticas, ni somos capaces de obligarles a que aquí, en nuestros bancos y en nuestros mercados, las finanzas se hagan a nuestra manera.

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