Crítica de Ópera

Alucinaciones y repeticiones

Un instante de la representación de 'La caída de la casa Usher' la noche del miércoles en el Central.

Un instante de la representación de 'La caída de la casa Usher' la noche del miércoles en el Central. / maría marí-pérez

De acontecimiento artístico puede calificarse sin temor a la exageración el estreno en España de la mas conocida de las óperas de Philip Glass. Y ello por tratarse de una producción cien por cien sevillana, nacida desde la ciudad y llevada adelante con elementos de aquí. Y llevada con suma brillantez, habría que añadir, lo que nos debe hacer reflexionar sobre los niveles de calidad alcanzados por algunos músicos y cantantes sevillanos y sobre la necesidad de que los programadores locales confíen definitivamente en el talento local en vez de recurrir sistemáticamente a lo foráneo.

No es fácil traducir en realidad escénica el esquemático y poco teatral libreto de esta ópera, que exige del público el conocimiento previo del relato de Poe para comprender lo que sucede en la escena. Thierry Bruehl, curtido en el teatro musical experimental y en la Taschenopern (ópera de bolsillo), supo construir un discurso teatral coherente y lleno de sugerencias con elementos simples. En primer lugar, con una iluminación llena de valores simbólicos y con hallazgos como los caminos de luz que marcan el trayecto de los personajes. En segundo lugar mediante movimientos ralentizados y circulares que se superponían al diseño circular de las frases musicales. Y en tercer lugar mediante la explicitación de cuestiones como la del incesto, apenas esbozadas en Poe y aquí más claramente expuestas mediante la presencia de la cama y del arbol, el árbol bíblico del conocimiento que induce a explorar la frontera entre el Bien y el Mal.

Juan García Rodríguez, con la colaboración de un espléndido y preciso Zahir Ensemble, logró mantener el pulso incesante de esta partitura a lo largo de la hora y cuarto de su duración. No es fácil sostener la tensión y la atención del oyente en una obra basada en no más de tres o cuatro motivos melódicos continuamente repetidos sobre ritmos hipnóticos, pero el director encontró la clave de la pulsación interna y de la acentuación precisa para otorgar esos matices de variación que impiden la sensación de monotonía. A pesar de una amplificación no del todo equilibrada que acentuaba a unas voces más que a otras, los cinco cantantes brillaron a gran nivel. Empezando por el más que prometedor tenor Fran Gracia y un contundente Javier Cuevas y siguiendo con la voz rotunda, poderosa y dominante de David Lagares, un cantante que pide a gritos papeles de mayor relevancia en otros espacios de la ciudad. Alain Damas, con sus perfiles líricos y su fraseo bien cincelado otorgó credibilidad al desequilibrado Roderick, mientras que Sachika Ito, a quien Glass sólo le atribuye continuas vocalizaciones, cubrió la acción con el sentido espiritual y fantasmagórico de una voz plenamente lírica.

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