Fernán-Gómez: el hombre tras el genio

El fundamental actor y cineasta en pose aristocrática.
El fundamental actor y cineasta en pose aristocrática.
Alfonso Crespo

28 de marzo 2008 - 05:00

Al cine, aquí, se llega de manera indirecta, pero la iluminación, por ello, no se produce de manera menos intensa. Se trata de escuchar al Fernando Fernán-Gomez humano, demasiado humano, quien, con el pie en el estribo -se trata de una charla que remite a la pragmática del polémico espacio televisivo Epílogo: entrevistas para emitir póstumamente- se permite ser todo lo políticamente incorrecto que le pide el cuerpo: fue de derechas hasta que la España de posguerra le demostró la cruda realidad; nunca creyó en la amistad de hombres y mujeres, buscando en éstas belleza antes que cualquier otra bondad; siempre pensó que el alcohol proporcionaba la mejor inyección de felicidad a la vida, mucho más que una subida de sueldo...

Se trata, claramente, de un español hablando. Y las opiniones descarnadas de este tímido que se defendía a exabruptos nos vuelven a hacer pensar en la mejor tradición sainetesca y esperpéntica de nuestro cine, ese trazo que, dialogando con la cultura española (literaria, pictórica, musical...), criticaba con saña la realidad a través de películas divertidas y severas. Fernán-Gómez filmó, de 1956 a 1965, El malvado Carabel, La vida por delante, La vida alrededor, El extraño viaje o El mundo sigue. Berlanga Calabuch, Los jueves...milagro, Plácido y El verdugo. Bardem Calle Mayor o Nunca pasa nada. Buñuel, otra vez aquí, Viridiana. Éste fue el cine que se intentó tapar con la operación gubernamental denominada Nuevo Cine Español: un cine joven al que después también se dejaría colgando. Aunque no se nombre en la película, nada hagiográfica u ombliguista, es esa herida la que terminó de desangrar al cine español, una cinematografía de pocas luces y muchas sombras, por más que, como dice con gracia Fernán-Gómez, no dejemos de intentarlo.

La cámara en La silla de Fernando, que, con escasas excepciones -varias fotos y secuencias de películas-, no se desprende del rostro del hombre que habla, introduce otro tema, éste de cara a lo registrado y no al que registra: su cuerpo avejentado, la escasa preocupación por el aliño, el rítmico sorbo de whisky o agua, nos remite a la concepción, debida a Serge Daney, del cuerpo como memoria del cine. La rima, ahora, atrapa a una de sus grandes actuaciones, aquélla donde resonaban todas las demás, pues casi nunca Fernán-Gómez estuvo tan taciturno. Fue haciendo, curiosamente, de Fernando en El espíritu de la colmena. Erice conocía de sobra la máxima daneyana, y sabía que sólo enseñando su pelo pelirrojo y su figura desaliñada añadía a su exilio el del mejor cine español.

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