Setefilla R. Madrigal

Twitter y la libertad

Punto crítico

24 de enero 2017 - 02:40

Siempre que escribo algo creo que sólo me lee mi padre. Lo pienso todo el tiempo hasta que un día llega un tuitero que me dice que le gustó algo que publiqué no sé cuándo del año 1.000 antes de Cristo. Cuando eso pasa me doy miedo. Miedo porque si para algo sirve que pase el tiempo es para madurar y ser más cauta. Y porque yo soy de tecla fácil y crítica redundante. Terror porque Internet es esa gran memoria perenne que filtra tus palabras con una sola etiqueta.

Entonces es encender las noticias y ver que un hombre barbudo y de apellido gracioso está siendo juzgado por una serie de tuits que escribió ofensivos y que una vez leídos sí que me parecen exagerados, pero en ese mismo momento me veo a mí misma tirando de tuitoteca, para creerme a salvo de los procesos judiciales futuros. Creo que de momento me salvo, aunque vete a saber. Cuando uno escribe semanalmente dice muchas tonterías, cuando escribe diariamente es exponencial la sarta de sandeces que puede hilar a lo largo de las veinticuatro horas que se suman en la jornada. Así que se me cambia la cara y maldigo aquel verano de 2011 en el que mis compañeros del Diario me mostraron una red social con el logo de un pajarito azul. Ya es tarde. Quién sabe la cantidad de empresas que habrán visto mi perfil y me habrán descartado de los procesos de selección. Quién sabe quién se esconde detrás de cada avatar y si me conoce personalmente o no. Quién sabe si como a otros en el futuro, alguien sacará a la luz aquella broma que hice sobre algún político que, sacada de contexto, seguro que ralla el mal gusto. No está nadie para tirar la primera piedra que se diga.

Y es que el universo de Internet que hasta hace poco no tenía límites legales está siendo cercado sin remedio en un empeño por controlar el contenido al que estamos expuestos a diario. Una labor ardua y también injusta a la que se podría atribuir el principio de retroactividad legal, o lo que es lo mismo, si no estaba legislado antes de ser cometido el delito no se puede imponer pena. Pero no lo hacen, porque el derecho tiene tantas visiones, tantas lecturas, tantas interpretaciones posibles como las puede tener, por ejemplo, una sencilla frase de ciento cuarenta caracteres.

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