José Ignacio Rufino

Su majestad la pornografía

el poliedro

El negocio del porno es, tras el de los videojuegos, la estrella más rutilante de la economía del ocio en los tiempos que correnInternet y la ética indolora están detrás de las aberraciones de esos niños

17 de febrero 2018 - 02:34

Unos datos para abrir boca y reportajear este artículo: el porno es el segundo entretenimiento en volumen de capital implicado, sólo por detrás de los videojuegos; la cinematografía ocupa a mucha distancia el tercer lugar del ranking de la forma de pasar el rato en este planeta… delante de una pantalla. En el caso del campeón y la subcampeona, pantalla digital. Todo el negocio del deporte y la música juntos no le llega a la cintura al sexo del voyeur. Le moja la oreja a la industria farmacéutica o a la de las bebidas alcohólicas. Cien mil, doscientos mil millones al año. La pornografía infantil es un sector que arrasa. Miles de euros se gastan en pornografía en internet cada segundo; decenas de miles de usuarios a la vez viendo sexo explícito de todo color.

Hace unas semanas ha caído un mito editorial, la revista semanal Interviú. "Yo la compro por los reportajes y los artículos", solía decir la gente -hombres-, esperando que otros se lo creyeran. En la etapa pretecnológica de mi generación y las anteriores, digamos años 80 del siglo XX, el semanario nos regalaba cuerpos desnudos de famosas -Marisol, Lola Flores, Susana Estrada- desde la portada. Era una Españaaperturista, joven, de pintoresca estética. El vídeo casi mató a la radio, pero el porno en internet sí ha matado al erotismo. Aún recuerdo con sudores cómo un profesor durante un estudio -estaría yo en octavo de Básica, con mi acné y con mis calores- me pilló un Lib, la competencia de Interviú, abierto entre las piernas bajo el pupitre, con las fotos de la ubérrima redondez de Libertad Leblanc -ay madre- en rigurosa pelota picada: sudores por la vergüenza, sudores por la argentina. "Medulas que han gloriosamente ardido"… más en la estricta intimidad que en el aula. Que me perdone la osadía Quevedo, allá en su polvo enamorado.

Internet es el prodigio y la condena. Nos dirán: "Eso es según el uso que se haga de él". Pero donde hay mucha gente, aflorará la negra flor de la maldad y, cómo no, del crimen, esa criatura humana. El erotismo es algo ya entrañable, ingenuo, tan naïf, a pesar de que algunos cretinos que ensucian el santo nombre del progresismo se dediquen a prohibirlo metiéndolo en el saco de la "pornografía": ha sucedido en Francia y Gran Bretaña este mes; allí se han censurado o, lo dicho, prohibido, muestras del sublime Egon Schiele con la tizona de lo políticamente correcto y la herejía posmoderna. Vaya por delante que me parece bien que un adulto use la pornografía si eso le pone, siempre y cuando no salpique, y disculpen la metáfora. El problema está en los menores, que desde niño tienen acceso libre -en la práctica lo es- e ilimitado a cualquier tipo de práctica sexual a tiro de clic en cualquier lugar: sexo duro hetero y homo, miembros fuera de tallaje, animalismo, analidad, violencia, tríos y sextetos de viento y percusión, viejos y viejas con púberes, pederastia, tortura, deformidad, espeleología vaginal o ventral; cualquier cosa. Convivir a diario con ello, desde chicos, convierte en lo poco común y lo vicioso y hasta lo aberrante en la nueva normalidad sexual. Un desastre: la vida sexual a la postre no es así… pero muchos querrán que sí lo sea: lo han mamado, por así decir. Por eso, apuesto sin dudarlo, suceden las cosas que están sucediendo en las calles, festejos y hasta colegios entre menores. Como suele decirse, "las criaturas, lo que ven". Estamos ante un grave problema social, con permiso de los popes la moral del "todo vale en sexo, chavales, tú eres libre, no hay límites ni cortapisas a tu deseo y tu creatividad", se viene a decir incluso en los libros de textos: ustedes, pedagogos y políticos que pervierten aquello de la tolerancia, son cómplices. Todo no vale en nada, en ningún asunto, eso sostengo. A ver quién valla este bosque.

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