Carlos Colón

El Cristo del Calvario

la ciudad y los días

26 de febrero 2012 - 01:00

EL cuerpo cruz parece estar milagrosamente suspendido sobre un abismo sin tiempo, a la vez caos primordial que antecedió a la Creación y consumación apocalíptica tras el fin de los días. Este no es el Jesús Nazareno crucificado a las puertas de Jerusalén, sino el Cristo crucificado que predicó San Pablo, locura para los paganos y escándalo para los judíos. Lo que repugna a la razón e hiere a la piedad. Algo que está más allá de lo que la lógica puede explicar y la religión puede ordenar. Dios crucificado: dos palabras que no pueden unirse sin que la una destruya a la otra. O no es Dios o no está crucificado. Y sin embargo está tan claro que es Dios como que está crucificado. Más crucificado que ningún otro Cristo de Sevilla, hasta el punto de hacerse cruz el propio cuerpo.

El Cachorro es agonía y ascensión, Misericordias es una mirada implorante que parece llamar a las puertas del cielo, Buena Muerte es el suave desplome de la carne redimida del sufrimiento por la muerte, Amor es la donación sí mismo que parece querer arrancarlo de la cruz, Fundación es la muerte marcando con sus signos terribles el cuerpo totalmente desplomado. El Calvario, sin embargo, sólo es crucifixión.

Nada acontece en él. Sólo la cruz. El cuerpo no se desploma, los clavos no le sujetan, el cuerpo busca la cruz como si quisiera fundirse con ella, el sufrimiento no le ha quitado serenidad, la muerte -escondida en sus ojos entreabiertos, hechos para no ser vistos- no le ha desfigurado. Un hieratismo sagrado suspende todo movimiento. Un silencio total brota de su figura. Por eso no tiene nombre propio. Sólo la loca y escandalosa verificación de que éste es el Cristo -el ungido, el mesías- del Calvario. El lugar de la muerte de Dios.

Cómo ésta tan concreta, tan realista y tan delicadamente esculpida obra maestra del barroco pueda a la vez ser tan abstracta teología es mérito de Francisco de Ocampo. El singular imaginero que esculpió al Nazareno que abraza la cruz, en vez de llevarla, y al Cristo que se hace cruz, en vez de colgar de ella. Abrazo a la cruz, conversión en cruz, genio de Ocampo.

En estos mismos días, hace 400 años, lo esculpía. Se lo encargaron en noviembre de 1611 y lo entregó en abril de 1612. Tal día como hoy, que está expuesto en besapié, Francisco de Ocampo hacía surgir hace cuatro siglos la forma de la madera como si su gubia fuera la pluma o el cálamo con los que San Pablo escribía sus epístolas: "¿No es cierto que Dios ha transformado en locura la Sabiduría de este mundo? Porque los Judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado".

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