Carlos Colón

Difíciles límites, dolorosas decisiones

la ciudad y los días

10 de septiembre 2011 - 01:00

SEGÚN la Asociación Médica Mundial, el encarnizamiento terapéutico es la aplicación a un paciente terminal de "tratamientos extraordinarios de los que nadie puede esperar ningún tipo de beneficio para el paciente". Según la Sociedad Española de Cuidados Paliativos, son "aquellas prácticas médicas con pretensiones diagnósticas o terapéuticas que no benefician realmente al enfermo y le provocan un sufrimiento innecesario, generalmente en ausencia de una adecuada información". Sobre la eliminación del encarnizamiento terapéutico hay unanimidad. La cuestión ahora es: ¿en qué momento el esfuerzo terapéutico pasa a ser encarnizamiento?

Aquí si existen discrepancias entre médicos, juristas y especialistas en ética. El caso que recientemente ha provocado tanta polémica está marcado por ellas. ¿La sonda nasogástrica, que permite la alimentación e hidratación del paciente, es encarnizamiento o esfuerzo? ¿Retirarla supone dejar que la naturaleza siga su curso, cuando nada puede hacerse por el paciente, o es eutanasia por omisión? ¿Se la puede considerar un cuidado básico, y por ello no prescindible y obligatorio para todos los enfermos, o no? Si se trata de evitar sufrimientos inútiles a un paciente terminal, ¿por qué retirar la sonda nasogástrica (eutanasia por omisión), condenándole a la muerte por consunción, en vez de provocarla mediante la administración de una sustancia letal (eutanasia por acción)?

Las respuestas a estas preguntas -complejas, como todo lo que tiene que ver con la vida, la muerte y el dolor- competen antes que a nadie a los pacientes y sus familias, los médicos, los juristas y los especialistas en ética. No las encontrarán aquí, porque sería frívolo hasta el extremo de lo irrespetuoso para con ustedes y, sobre todo, para con los afectados.

Pero sí me gustaría exponer tres ideas. El encarnizamiento terapéutico no tiene que ver con el abuso o la imposición religiosa, como algunos intentan hacer creer, sino con el abuso y la imposición de los avances tecno-científicos aplicados a la medicina: el origen del problema está en la ciencia (que no siempre es luz y progreso) y no en la religión (que no siempre es oscurantismo y atraso). El judeocristianismo no se complace sádica o masoquistamente en dolor. En el debate sobre estas cuestiones -que nunca debería sentimentalizarse o someterse a imperativos económicos- es necesario dar voz a todas las opiniones fundamentadas científica, jurídica y éticamente (provengan del pensamiento ateo o religioso) antes de que la política (que al final es ideología: tan subjetiva como la creencia) se erija en señora de la vida y la muerte.

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