Gloria y loor para el toro soñado

27 de mayo 2017 - 08:00

Justo en el mismo sitio y a la misma hora que cincuenta años antes había decidido Curro Romero no matar a un toro toreado, por el chiquero de Las Ventas aparecía Barberillo. Con el hierro de los Lozano, como todos los herederos de aquellas máquinas de embestir que creó don Carlos Núñez Manso, Barberillo cerraba la corrida para darle a un chaval extremeño de Jerez, ¿o jerezano de Extremadura?, la posibilidad de cambiar el rumbo de su vida. Y bien que aprovechó Ginés Marín esa oferta que le daba la vida para poner el toreo bocabajo y Las Ventas patas arriba. Nuevamente, la Fiesta se engrandecía con un toro del encaste que creó en su laboratorio de Los Derramaderos el gran ganadero de la calle Vidrio. Como aquellos que elegía Ordóñez o El Cordobés, o que servían para que Curro torease como nadie, Barberillo fue como la bendita rama que al tronco sale.

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