Carlos Colón

Inaugurando ruinas

La ciudad y los días

02 de enero 2009 - 01:00

EL bueno de nuestro Ayuntamiento no sólo se preocupa de "humanizar" los espacios públicos a través del original procedimiento de embrutecerlos, como si una concepción pesimista de lo humano le inspirara estos desiertos de pavimentos grises privados de árboles o sembrados de arquitecturas imbéciles. Además de "humanizar" los espacios según un concepto de humanidad propio de Atila también, tal vez convencido de que los ciudadanos son poco dados a la lectura y la contemplación, se ocupa de entretener a sus usuarios.

En la parte ya inaugurada de la Encarnación, por ejemplo, ha dispuesto un generoso número de losas rotas para esparcimiento de los sevillanos. Unos juegan a descubrirlas y contarlas para después discutir con los amigos sobre el número exacto de losas quebradas o mal ajustadas. Otros cruzan apuestas sobre el número de losas rotas, se lanzan después en grupos a contarlas y celebran el triunfo del acertante subiéndolo a una de las almorranas que brotan del suelo sin más fin, aparentemente, que este. Los hay que dan en tropezar en una de las muchas losas rotas o desajustadas para después andar dando graciosos trompicones que regocijan grandemente a quienes los contemplan. No faltan los juegos acuáticos que se accionan a través de un ingenioso artificio que combina con precisión el agua oculta bajo las losas, la mala colocación que las hace oscilar y la presión que el peso del paseante ejerce sobre ellas haciéndolas escupir un chiquetazo de agua convenientemente sucia que empapa zapatos, calcetines y bajos de los pantalones. Aunque es de esperar que por obra del riego, de las aguas sucias vertidas o de los fluidos corporales de los mozos hispalenses, tan dados a evacuar donde les pille, no falten líquidos que alimenten estos ingeniosos dispositivos, no se ha pasado por alto su lúdico uso en los meses de calores y sequías. Entonces las losas actuarán como un balancín que transmitirá, a quienes sobre ellas se columpien, una sensación de inestabilidad e inseguridad que representará la condición humana. Valdés Leal, in ictu oculi y todo eso, ya saben: un delicado guiño a las tradiciones barrocas de la ciudad.

Es de destacar la refinada ejecución de esta obra que se rompe así que se inaugura. Puro romanticismo. ¿O acaso no eran dados los arquitectos románticos a edificar falsas ruinas? Espero con impaciencia las sorpresas que nos depararán las setas, las escalinatas y la escalera mecánica. Será cosa de verse los desplomes, caídas y trituraciones que, de acabarse todo con las calidades de los pavimentos, se darán allí. Pese a todo, pese a ellos: feliz 2010.

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