Luis Carlos Peris

Medicina como filosofía de vida

Desde mi córner

El doctor Escribano compatibiliza lo utópico con lo real para continuar expandiendo su área de influencia

29 de agosto 2008 - 01:00

CORDOBÉS y científico que compatibiliza con rara perfección la teoría con la práctica, el pragmatismo con la utopía, Antonio Escribano, y sus métodos, se han confirmado como un suceso dentro del complejo planeta futbolístico. De la mano de Juan Ribas, este doctor aparentemente utópico y riguroso a carta cabal, apareció en el Sevilla cuando al Sevilla lo entrenaba Joaquín Caparrós y José María del Nido llevaba un año tan sólo a cargo de la nave. Se había producido una catarsis traumática en los servicios médicos del club, incluido el cese doloroso de los descendientes de una saga legendaria, la de los Leal.

Se entretuvo Antonio, no más llegar, en dejar a Antoñito como un peso pluma a la par que Esteban dejaba de ser un portero rechoncho. Y se decían cosas como que "Esteban ha llegado a la falta de Assunçao por esos kilos que se ha dejado en la consulta de Escribano". Cosas así mientras se iba en peregrinación a dicha consulta, desde altos ejecutivos del club al último juvenil pasando por Joaquín Caparrós o más tarde Juande Ramos, los dos creyentes más fervorosos de esa religión nutricionista que predicaba y sigue predicando el ya famoso médico cordobés. El tiempo pasaba, los éxitos proliferaban y la estrella de Escribano ganaba en luminosidad.

Y el universo se le iba ensanchando al doctor y ya no estaban situados los cuatro puntos cardinales dentro del Sevilla. Se fue Caparrós del Sevilla y empezó a trabajar para el Deportivo, se fue Juande al Tottenham y rara es la semana que Antonio no vuela con sus bártulos a Londres, como Lezama lo tiene entre sus más dilectos visitantes. Zaragoza, Getafe, Mallorca, Jerez, Numancia fueron o siguen siendo puntos donde el cordobés imparte su religión. Esa religión en la que él cree a pies juntillas y a la que sigue cualquiera que haya pasado por su consulta. Obras son amores y las de Antonio Escribano están ahí, inmutables, incuestionables por cierto.

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