La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El desgarro de la muerte en el Parlamento de Andalucía
La esquina
EL tiempo dirá si Mariano Rajoy ha firmado su sentencia de muerte política al unir su suerte a la del presidente valenciano, Francisco Camps, confirmándolo como líder del PP regional y candidato a la reelección. Con todo lo que ha llovido sobre Camps y con todo lo que seguramente lloverá en el futuro inmediato... Hay mucho defraudado con Rajoy.
Natural. Dice que Camps no le engañó en aquella tensa noche-mañana en la que se formalizó la caída en desgracia del secretario regional, Ricardo Costa, pero es un hecho inocultable que el comité ejecutivo valenciano no suspendió de sus funciones a Costa, como todos los periódicos y radios de España acreditaron. Tampoco es cierto que Ricardo Costa dimitiera voluntariamente. Se presentó al día siguiente dispuesto a seguir de portavoz parlamentario y fue entonces, y sólo entonces, cuando Camps lo destituyó.
El fondo de la cuestión es aún más negativo para Rajoy. Según contó a la prensa el presidente nacional del Partido Popular, a Costa lo apartaron porque un secretario general sufre un plus de exigencia y ejemplaridad en su conducta superior al de un militante cualquiera. Ahora bien, desde que existe el PP, y antes Alianza Popular, éste es un partido netamente presidencialista, en el que los secretarios generales son cargos subordinados a los presidentes respectivos, distinguidos auxiliares de los auténticos barones de la organización (¿alguien se imagina aquí abajo que Antonio Sanz se enfrente a Javier Arenas o tenga más deber de ejemplaridad y exigencia que éste?).
Todo aquello que se le puede achacar a Ricardo Costa en relación con el caso Correa se puede achacar con más motivo a su jefe, Francisco Camps. La amistad peligrosa con El Bigotes, los trajes regalados por la trama corrupta, la adjudicación de contratos por parte de la Generalitat o la presunta financiación ilegal del partido... Si de estas menudencias se desprende que Costa ha de ser destituido de sus cargos, con más razón se debe depurar a Camps. Con el agravante de que el ex secretario general no ha engañado a nadie y todo el país ha visto que el presidente sí ha mentido. Fraga no se fía de él. Fundadamente.
Después de todo lo que ha pasado, y lo que pasará, Rajoy ha renovado su pacto de hierro de socorros mutuos con Francisco Camps. Asume mucho riesgo, ciertamente. Lo hizo, además, pronunciando una frase terrible: "La vida son resultados", probablemente aludiendo a la capacidad indudable del presidente de la Generalitat valenciana para ganar elecciones. Acabáramos. Si se trata de que todo vale con tal de llegar al poder, apaga y vámonos. La vida política son resultados, pero también principios y convicciones.
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