Carlos Colón

El azulejo del Señor

la ciudad y los días

17 de febrero 2012 - 01:00

EL "Dios en la ciudad" de Romero Murube nunca se hace más cierto que en los retablos de cerámica que administran nuestras sagradas imágenes a deshora, como se decía de los sacramentos en las lápidas parroquiales. Son obras de arte sencillamente expuestas en los muros de las iglesias, el interior de bares y comercios o las fachadas y zaguanes de las casas: una oferta de belleza abierta a todos, creyentes y no creyentes. Y son obras de misericordia que reparten los dones de las imágenes cuando las iglesias están cerradas, callejeras ofertas de sentido y de consuelo que traen lo sagrado a lo cotidiano.

Este año se cumple el primer centenario del azulejo de los azulejos, el modelo en el que todos se han inspirado, el latido visible de la plaza que es su casa desde hace tres siglos, y por ello el corazón de Sevilla; la garantía de su presencia permanente en las pocas horas que su basílica está cerrada: el azulejo del Señor del Gran Poder que Manuel Rodríguez y Pérez de Tudela pintó en 1912 y lleva un siglo haciendo aún más nuestra, más acudidero y más templo la plaza de San Lorenzo.

Manuel Rodríguez y Pérez de Tudela (1866-1926) se formó como pintor con Cano y Mattoni, y como ceramista en las fábricas de la Cartuja y Mensaque. Y fue a su vez maestro de Kiernam. Casi nada. Tuvo fama internacional, fue el mayor artífice de la recuperación del retablo cerámico sevillano y trabajó con los arquitectos regionalistas.

Por si no bastara el retablo del Señor, diez años después realizó el que remata el arco de la Macarena, inaugurado en 1923. Fue su última obra para las hermandades. Del "In manu eius potestas et imperium" de San Lorenzo al "Ella es Tabernáculo de Dios y Puerta del Cielo" de la Resolana. De los farolitos entre naranjos que alumbran el muro de la parroquia convertido en altar por el azulejo, a los farolitos verdes del faro con forma de arco que señala a los náufragos dónde está el puerto seguro.

Antonio Mejías fue el hermano mayor que presidió la Junta de Gobierno que encargó el azulejo hace casi justo un siglo, el 26 de enero de 1912. Dos meses después, el 31 de marzo, se inauguraba. El impacto del retablo fue tal que al año siguiente la hermandad revocó el acuerdo, adoptado en 1910, de que el Señor saliera con túnica morada lisa, acordando que desde "el año actual salga el Señor con su riquísima ropa bordada, la misma que tiene en su azulejo, con lo que resulta más hermosa su divina figura".

Estoy de acuerdo con ellos. A ver si sus sucesores se animan y conmemoran en la próxima Madrugada con cardos, espinas o lacerías el centenario del retablo como sus antepasados celebraron su estreno.

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