Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Los césares del Íbex

Muchos grandes jefes se ponen cifras de blindaje fuera de toda mesura, incluso si fracasan

El Íbex 35 es un índice que orienta a los inversores en bolsa sobre cómo va la cosa en general. Muchos españoles invierten en acciones, una cifra del llamado capitalismo popular que no es moco de pavo: 9 millones de personas. Quizá usted también invierta -malamente, por lo general- a través de algún fondo de inversión que maneja, por ejemplo, parte de su futura paguita, ay; míreselo antes de decir "esto no va conmigo". Se calcula de forma continua con las cifras de, aparte grandes empresas que no cotizan, lo más granado del planeta corporativo español. Son, en efecto, 35 compañías. Ya saben, eléctricas, bancos, petroleras, operadoras de telefonía, Zara y sus hermanas. O sea, que le guste o no la historia, esto le interesa. Y le debe interesar quiénes son los Messi y Federer de sus organigramas, las estrellas del mundo CEO. Señores -alguna señora-que ganan millonadas, todo para ahorrar e invertir, porque todo lo que gastan lo suele pagar directa o indirectamente la empresa que gobiernan, con pagos en especie u otras vías. Ellos se lo habrán ganado con su talento, formación, experiencia o contactos. Porque ellos mismos forman redes de contacto valiosísimas para configurar sus seguridades retributivas, sus redes de caída y sus permutas en esos tronos mercantiles. Es una cuestión de proporción y mesura.

Esta semana hemos confirmado que la inmensa mayoría de dicha élite tiene unos blindajes de varios millones de euros, el equivalente a varios años de trabajo (nada de varios días por año trabajado con un máximo de unas pocas mensualidades, como quizá usted). Hay no pocos casos feos, que no informan a los accionistas de estos pactos a costa de ellos, los accionistas o propietarios. Para entendernos en plata: si la cagan, van calentitos casi de por vida; si no dan la talla, igual. Son lo que Galbraith llamaba tecnocracia: césares que pueden llegar a parasitar y vampirizar a sus compañías, cuyas agendas e intereses se subordinan a los suyos personales (repito: "pueden", no siempre). En la devastadora crisis financiera en Estados Unidos hace unos años, se dio la paradoja de que algunos que habían destrozado a sus empresas se comían los restos de su naufragio y más. Se supone que estas redes doradas de caída se acuerdan porque el gran jefe que migra a otra compañía asume riesgos de fracasar o no encajar y a la vez pierde la seguridad y flujos de caja de la compañía que deja. Vaya, con toda sorna: como le sucedería a usted, en su digna pero insignificante escala. Y no se moleste que ya somos dos. No todos somos Messi. Qué va.

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