Fede / Durán

El enemigo

coge el dinero y corre

21 de septiembre 2012 - 01:00

MUCHAS peleas electorales se ganan con los impuestos. Si Rajoy hubiese dicho lo que en realidad iba a hacer en vez de lo que prometió, quizás hoy no gozaría de la mayoría absoluta más cómoda y a la vez desagradecida de la historia de esta España de 35 años. En EEUU sucede exactamente lo mismo: el votante más sesudo o menos alineado o sencillamente más tieso repasa las propuestas de Obama y Romney en busca de la oferta que mejor se adapte a su economía. Pero puede que ninguna sea jauja.

El todavía presidente demócrata quiere mantener la carga fiscal actual para todos los contribuyentes estadounidenses que ganen menos de 250.000 dólares anuales. Los que superen ese listón pagarían más, aunque cuánto es una incógnita a estas alturas. La receta es aparentemente simple.

Romney tampoco se exprime demasiado la sesera. Tarifa plana para todos con un tipo impositivo del 20% (hablamos siempre del equivalente al IRPF hispano), aunque con un importante matiz: compensaría las bajadas de impuestos eliminando deducciones, por ejemplo, las vinculadas a las hipotecas, el seguro médico o los planes de pensiones.

El problema de Obama lo explica perfectamente el analista del New York Times David Leonhardt. "Si sale reelegido (...), los impuestos subirán para todo el mundo. Todas las rebajas aprobadas en la época de Bush expiran. Obama dirá entonces: prorroguemos las rebajas excepto para las rentas más elevadas. Y los republicanos contestarán: prorroguémoslas para todos. Si unos y otros no llegan a un acuerdo, los impuestos subirán, sin distinciones, y con una economía tan vulnerable, podríamos darnos de bruces con otra recesión".

El problema de Romney es matemáticamente mucho más básico: es imposible prometer a la vez una bajada de impuestos e impacto cero sobre el déficit público. La ventaja es que, cuando el tipo es siempre idéntico y las deducciones desaparecen, nadie tendrá que pagarle a un asesor fiscal para saber su suerte tributaria y los condicionantes que le permitirían mejorarla.

La diferencia entre uno y otro reside en que Obama dice la verdad (intentará aplicar una fórmula matemáticamente posible pero políticamente remota) mientras Romney miente según los patrones de la alegre promesa electoral. Si la batalla por la Casa Blanca dependiese de esta parte del programa, ya podríamos proclamar al vencedor. Pero EEUU es un imperio complejo donde cada plato de la balanza se carga de argumentos a veces sensatos, otras falaces y a menudo directamente estúpidos (sí, Obama se fumó al menos un porro durante sus años locos, y ahí está). En Europa, el resultado importa, y no sólo por la política recaudatoria que se aplique y el impacto que tenga en la primera economía del planeta. Importa porque la posición de Obama respecto al euro se conoce, pero la de Romney no tanto. Y entre sus partidarios abundan esos empresarios potentes a los que uno imagina con la chistera barriestrellada y el puro cubano en una sala de reuniones susurrándole al presi que la moneda única is the enemy.

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