El poliedro

Si se esperaque suban, subirán

El extraordinario enriquecimiento de ciertos países del Golfo tiene que ver con más cosas que China y la India

CUANDO, con mayor o menor fundamento racional, mucha gente espera que algo pase, ese algo tiene más probabilidades de ocurrir. No hablamos del vaso movido por la güija en sesiones de espiritismo etílico, ni de fenómenos telepáticos masivos a lo David Copperfield. No podemos hacer que llueva, ni forzar la llegada del verano por mucho que lo esperemos con ansia. Aun así, en las relaciones humanas, la expectativa influye en la situación futura. No en todo tipo de relaciones humanas; por ejemplo, tampoco podemos conseguir que alguien nos ame por desearlo mucho -suele incluso ser contraproducente-, pero en los fenómenos sociales y, más concretamente, en las relaciones económicas, lo que un buen número de personas espera puede acabar ocurriendo, incluso en contra de las causas y agentes objetivos. Los crash bursátiles y el inflado y desinflado de las burbujas -las recientes inmobiliaria, financiera, tecnológica; la futura agrícola o renovable, o la reedición de la tecnológica- se generan por las expectativas con respecto al valor y precio de las cosas.

Evidentemente, la influencia de la expectativa en el precio es distinta en función de la propia influencia de cada persona. No es igual lo que espere un Gekko con cara de Michael Douglas en Wall Street sobre las cotizaciones bursátiles que lo que espera un espontáneo vecino que nos hilvana un diagnóstico económico rotundo tras dejar a los hijos en el cole, ni tampoco tendría mucho que ver con la certeza que un taxista alcanza sobre el porqué de la crisis tras veinte carreras y seis plantones en la parada. La información es pues, según la terminología técnica, asimétrica, como asimétrica es la capacidad de modificar el curso natural del baile entre la oferta y la demanda. La capacidad de influir espuriamente en los precios tiene que ver con las personas, pero debe llamársela especulación, que es la prima criminógena de la expectativa. Las criaturas de infantería solemos seguir los señuelos y anzuelos con el furor del converso, y acabamos pegando nuestro modesto soplido al globo, que engorda con rapidez al grito de "tonto el último". Cuando el aire -que, a la postre, no vale nada por mucho que se haya pagado por él- revienta el globo, las mayores taquicardias y los tímpanos más perjudicados son los de aquellos que no empezaron a poner a tiempo sus huevos en otra cesta: los que tienen menor influencia y peor información.

No todo es cambio de dieta y sofisticación de los hábitos de chinos e indios a la hora de explicar la subida de precios de los alimentos o los de la energía. Tampoco todo se explica por petróleo caro, aunque sí buena parte. En 1998, hace sólo diez años, el precio del Brent osciló alrededor de los trece dólares. En enero de 2007, el barril Brent costaba 54 dólares. Todavía entonces resultaba un poco freaky considerar la posibilidad de que el petróleo -estándar energético universal, aún insustituible- llegara a la barrera psicológica de los cien dólares. La imagen resultaba aterradora, la antesala del apocalipsis económico planetario. Sin embargo, a día de hoy, está en 120. Con un Estados Unidos que es el mayor consumidor -quema alrededor del 25% del petróleo mundial-y además el único que no reduce su consumo, sino que lo aumenta año tras año, con un secretismo inmoral sobre las reservas y planes de prospección y extracción de las grandes compañías, tenemos que concluir que los más beneficiados son los productores, en concreto los del Golfo Pérsico. El boom económico de los países árabes productores es espectacular, a costa de la zozobra del resto del mundo y con la aquiescencia de Estados Unidos, cuyas compañías petrolíferas acaparan la explotación y distribución del crudo de Alá. Mientras el ingenio y el sacrificio suelen ser la base del progreso de los países, en aquéllos, éste se debe a la suerte geológica. A corto plazo, la suerte de unos es la mala suerte de otros. Mientras unos especulan con la perforación del subsuelo, otros perforamos agujeros en nuestro cinturón.

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