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La tribuna

Rafael Caparrós / Profesor Titular De Ciencia Política Y Administración / De La Universidad De Málaga

La muerte de la socialdemocracia

LAS crisis capitalistas son políticamente letales para la socialdemocracia, porque no caben las políticas redistributivas. Y esta crisis actual parece ser la más profunda de las experimentadas por el sistema capitalista desde la Gran Depresión de 1929. Por eso, sostiene Lavelle, la muerte de la socialdemocracia es inevitable.

Ashley Lavelle, catedrático de Politics and Public Policy en la Griffith University de Brisbane (Australia), es un politólogo australiano de orientación marxista-trostkista y autor de The Death of Social Democracy. Political Consequences in the 21st Century, (Ashgate, Burlington, 2008), que es una crítica bien articulada de las políticas socialdemócratas y de su trayectoria histórica hasta abrazar en los ochenta la causa del neoliberalismo, renunciando a transformar el capitalismo y sometiendo su propia suerte política a los vaivenes económicos de un sistema tan inestable como el capitalista.

Según Lavelle, el verdadero origen del neoliberalismo económico hay que datarlo en los comienzos de la crisis del modelo de crecimiento capitalista de la posguerra, que se inicia con el aumento de los precios del petróleo de 1973-74, que siguió a la guerra del Yom Kippur entre árabes y judíos. La extraordinaria prosperidad de este período de treinta años -los llamados "treinta gloriosos": 1946-1976, un periodo también conocido como la Edad de Oro del Estado de Bienestar- permitió alcanzar altas tasas de beneficios empresariales, al mismo tiempo que se mantenían el pleno empleo, la masiva provisión pública de bienes colectivos, el aumento regular de la capacidad adquisitiva de los trabajadores, así como la utilización generalizada de políticas de redistribución social.

Pero a partir de entonces las caídas de los beneficios empresariales y de las tasas de acumulación de capital obligarán a los países capitalistas a habilitar nuevos espacios previamente excluidos de la disponibilidad del capital privado, por el carácter público de su propiedad o por regulaciones estatales. A ello se encaminaron las políticas neoliberales de privatizaciones, desregulaciones, de liberalización del comercio internacional y la inversión extranjera, que darán lugar en los 90 a una todavía mayor movilidad del capital, a la financierización de la economía productiva y, en definitiva, al predominio de la economía especulativa sobre la economía real que están en la base de la actual crisis, que es, como asimismo lo fuera la Gran Depresión de 1929, una crisis provocada por la excesiva especulación financiera.

Ahora bien, la relativa recuperación de los beneficios empresariales y de la acumulación de capital en los 80 y 90 significó un triunfo para el neoliberalismo y una tragedia para la socialdemocracia. Porque los éxitos electorales y políticos de la socialdemocracia se han basado siempre en aquellas fases económicas expansivas del capitalismo, que, al aumentar los recursos fiscales, hacían posible la financiación presupuestaria de las políticas sociales redistributivas, características de los Estados de Bienestar. Por eso, a partir de la crisis de los 70 comenzarán a producirse presiones sobre esas políticas sociales, consideradas cada vez más como contradictorias e inviables para una saneada economía capitalista. Una tesis que, en rigor, había formulado por primera vez el economista marxista norteamericano James O'Connor, en su importante obra The Fiscal Crisis of the State (1971). donde sostiene que los Estados capitalistas se ven obligados a cumplir funciones contradictorias.

La segunda parte del libro la dedica Lavelle al análisis de las políticas socialdemócratas concretas desarrollas durante las pasadas décadas en Australia, el Reino Unido, Alemania y Suecia, para acabar concluyendo en la inviabilidad futura de la socialdemocracia y en su probable sustitución por nuevos partidos más radicales de izquierdas o de derechas, como ya está ocurriendo en Francia, Austria, Alemania y Suecia.

En mi opinión, la aportación de Lavelle es muy interesante, pero su principal conclusión es poco convincente. El capitalismo, afirma, se encuentra ahora mortalmente enfermo y los catastróficos desastres provocados por esta crisis económica global nos demuestran que la eutanasia es la mejor opción. Pero, concluye, necesitamos un nuevo doctor que le administre el tratamiento.

Aunque sea obvio que el capitalismo actual necesita algo más que esos leves retoques cosméticos propuestos por el G-20, su libro carece por completo de indicaciones, más allá de unas citas canónicas de Marx o de Mandel, acerca de cómo construir una alternativa socialista eficiente y viable al capitalismo, distinta de los claramente indeseables modelos del "capitalismo de Estado" de la antigua URSS, o del actual "estalinismo de mercado" chino.

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