Cuatro meses, 14 jornadas y 25 puntos después, el Betis está en zona de Liga de Campeones y tiene pinta de que puede acabar este 2012 en esa privilegiada posición. Cierto es que llega de inmediato el Barcelona de los récords y la admiración, pero una vez superado el imposible escollo azulgrana diciembre se completará con la salida a Balaídos y el recibimiento al Mallorca de Caparrós, algo que no suena mal en el vestuario de Pepe Mel.

Quién lo iba a decir hace apenas 15 días, cuando pareció que el mundo no iba a esperar al 21 de diciembre para acabarse porque el fin ya había llegado de forma súbita. Lejos de venirse abajo tras la humillación en Nervión, el cuajado equipo de Mel sacó fútbol -ya se sabe: en caso de duda, fútbol- para despachar al desnortado combinado del showman portugués, llenarse de razones e ilusión -grandísima la nueva irrupción de Vadillo- frente al Valladolid en Copa y confirmar su buena temporada con un gran partido de despistes en La Coruña.

Así las cosas, visto su buen fútbol y con los resultados fortaleciendo la idea, el único problema que tiene ahora el Betis es la pregunta que sobrevolará, al menos, hasta el próximo aniversario de la proclamación de la Republica: ¿Qué pasó en el derbi? Porque pasó mucho, pero ése es el bendito precio que cada uno tiene que pagar al tener dos equipos competitivos en la misma ciudad.

El alicaído y bipolar Sevilla de Míchel ridiculizó al sólido equipo de Mel hasta el punto de parecer invertir los méritos y las posiciones, hasta el punto de que nadie hubiera puesto su dinero en la hipótesis de ver hoy al Betis en el cuarto puesto de la tabla clasificatoria. Pasó lo que pasa en los derbis: tensión, garra, competitividad, grandeza, miseria… Pasó, en realidad, lo que suele pasar en todos los derbis que en el mundo hay. Bueno, en todos menos en uno.