Carlos Colón

La plaza desangrada

La ciudad y los días

17 de agosto 2008 - 01:00

ESTÁ igual de hermosa, pese a los cielos y los suelos que perdimos. Sigue siendo esa rara mezcla de compás de convento y elegante y melancólico patio de casa grande, a la vez que vital patio de casa de vecinos en el que las vidas se saben y la fortuna o el infortunio se comparten, que hace tan acogedoras algunas plazas sevillanas. Siguen arrullándola las hojas de sus grandes árboles, tan altos que la más leve brisa los mece, y sigue latiendo el tiempo en el reloj de su torre. Sigue presidiendo la dulzura del nombre de su Madre el altar en el que Él estuvo, cumpliendo el deseo del hermano mayor que le dio la casa basilical que ahora se restaura: "Que donde estuvo Señor, sólo esté su bendita Madre". Sigue la Soledad recibiendo en su capilla fresca y dorada, presidiendo tras el doméstico contraluz de su cancela el barrio que, por ser tan suyo, le dio su apellido. Sigue todo igual, pero también todo es distinto; porque Él no está.

Es como si la parroquia sola ya no pudiera con la plaza a la que da nombre. Desde que llegó a ella en 1702, sin Él no puede entenderse esta plaza que por sobre toda otra cosa es el lugar en el que los sevillanos se citan con Dios. Aquí vino joven, cuando sólo hacia 82 años que Juan de Mesa había terminado de esculpirlo el 31 de agosto de 1620: por ser humano, hasta cumpleaños tiene el Gran Poder. De aquí salió cuando aún lo hacía el Jueves Santo, hasta que en 1777 pasó a la Madrugada. Aquí se inició en 1770 la costumbre de visitarlo los viernes y aquí celebró su primera novena en 1768. Aquí se encontró con Él el beato Diego de Cádiz y aquí le rezó el beato Spínola. Aquí los sevillanos han sentido durante tres siglos, día a día, viernes a viernes, seis de enero a seis de enero, besamanos a besamanos, Madrugada a Madrugada, la emocionada conmoción de ver cómo en el cuerpo de un hombre se despliega como ternura el poder de Dios.

Manuel Chaves Nogales lo describió como nadie, en 1921: "Calles recatadas y silenciosas del barrio de San Lorenzo, sobre las que Jesús del Gran Poder hace pesar su poderío… La ciudad entera viene una vez por semana a cobijarse en esta iglesia, bajo ese Gran Poder indefinido, esa suma total de potencias divinas y humanas… La capilla donde se venera esta imagen (calor suave de oraciones que unos labios comienzan, otros continúan y ningunos cierran, como una sola y compleja manifestación de piedad), es la sensación más fuerte, más definitiva que hemos recibido de la devoción de un pueblo". Por eso estos días, pese a seguir teniendo tanta, la plaza parece desangrada de su vida. Hermosa siempre, pero ya no única.

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