Alberto González / Troyano

El silencio de los taurinos

desde el tendido de sol

29 de abril 2011 - 01:00

EN un libro que acaba de publicarse, Toros sí (Temas de Hoy, Espasa, 2011), su autor, Salvador Boix, apoderado del diestro José Tomás, escribe: "Se equivocarán todos si las culpas y las soluciones se buscan exclusivamente fuera de las estructuras y los caminos internos de la tauromaquia. Por más que la crisis -o cambio- global de valores incida en los toros y las coyunturas políticas y tendencias ideológicas presionen sobre su existencia, la solución del futuro está en la propia fiesta, cuya anquilosada organización requiere una urgente revisión, tratamiento desoxidante y cirugía inminente para erradicar de ella las partes contaminadas y contaminantes". Si se tratara de una de esas voces críticas habituales que, afortunadamente, aún perduran, estas opiniones no hubieran sorprendido, dado que son muchos los aficionados que las comparten. La extrañeza la provoca el comprobar su procedencia. Porque a pesar de tratarse del peculiar apoderado de un torero aún más peculiar y se mantenga un tanto al margen del núcleo más tradicional de taurinismo, no por eso deja de formar parte de su entramado".

La sorpresa del lector aumenta, además, debido a la contundencia con la que se realiza tan negativo diagnóstico y a las duras medidas que se proponen, pero también por lo que tiene de iniciativa y denuncia personal frente a un mundo profesional que permanece impasible, "anquilosado", incapaz de reaccionar, a pesar de haber recibido dos ofensivas muy cargadas de repercusión simbólica: la abolición de las corridas por parte del Parlamento de Cataluña y la no recomendación de transmisiones televisas por parte del consejo asesor de una cadena oficial. Aparentemente, puede que se trate de dos sucesos de escasa repercusión económica inmediata para el negocio taurino, pero son síntomas alarmantes del distanciamiento y animosidad que padece la fiesta en sectores cada vez más amplios. Por eso, la prohibición de junio del 2010 no cabe atribuirla solo a una maniobra política nacionalista: la iniciativa salió adelante, también, porque desde hace años la afición catalana había desertado de los tendidos, aburrida de contemplar, casi siempre, un espectáculo rutinario, sin emoción ni riesgo.

Salvador Boix ha lanzado, por tanto, unas propuestas, casi todas ellas muy discutibles. Pero se arriesga a lanzar ideas y reflexiones, y esa actitud ya significa una ruptura con el tradicional silencio autocomplaciente del taurinismo, que en unos momentos en los que la afición pide respuestas y medidas, su discurso ideológico suele reducirse a repetir que "los toros son cultura" y que "se trata de una tradición que no puede desaparecer porque está muy arraigada en la vida española." Declaraciones de poco efecto movilizador ni para partidarios ni para detractores. O para colmo de las audacias reformistas, reclama cambiar su dependencia de un ministerio a otro, petición confusa y que puede ser interpretada como el disimulado deseo de disminuir aún más el escaso control que, en defensa del aficionado, realizan las autoridades actuales.

Hace muchos años, una figura de tanto pundonor y ortodoxia en sus formas como Antonio Bienvenida denunció el pacto de silencio del taurinismo imperante y su connivencia con la expansión, cada vez mayor, del afeitado de reses que iban a lidiarse. Era un fraude conocido en todos los aledaños de la fiesta -como es igualmente conocido ahora- pero sus valientes declaraciones supusieron un gran revulsivo porque procedían de alguien que se había atrevido, desde dentro, a desafiar aquel entramado de cínicos intereses, que perjudicaban a unos compañeros frente a otros y, sobre todo, engañaban al público.

Ojalá las palabras citadas al principio de Salvador Boix, expuestas en su reciente libro, fueran ocasión y pretexto para descorrer el velo del opaco y silencioso mundo del taurinismo. Quizás, incitados, otros representantes de ese entorno se decidan también a hablar, a responder, a debatir con espíritu más o menos crítico, de modo que, cuando menos, transmitan al aficionado y al público la imagen de unos profesionales del toro que, en momentos como estos, piensan en algo más que en conservar inalterable su situación de poder y sus correspondientes beneficios.

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