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  • Viaje en un patrullero de la Policía Nacional a las zonas calientes del narcotráfico en el campo de Gibraltar

Un patrullero de la Policía Nacional enfila la calle Canarias, una de las más peligrosas de La Línea de la Concepción. Es una de las vías principales de la Atunara, un antiguo barrio de pescadores que fue el primer asentamiento urbano de La Línea, cuando aún este municipio no llevaba el nombre de la Inmaculada Concepción y era simplemente una línea de fuego, un núcleo defensivo para frenar cualquier posible invasión británica a través de Gibraltar. A la Atunara no llegaba el alcance de los cañones ingleses y los pescadores de la zona se instalaron allí, a unos dos kilómetros del fuerte de Santa Bárbara, donde las tropas españolas defendían sus posiciones y cuyas ruinas pueden verse todavía hoy cerca de la playa.

Más de dos siglos después, la Atunara es el epicentro del narcotráfico en el Campo de Gibraltar. De aquí son los principales clanes que controlan la importación y distribución de hachís. El más conocido es el de los Castañitas, cuyo cabecilla permanece en paradero desconocido y algunos de cuyos integrantes protagonizaron hace unas semanas un asalto de película al hospital de La Línea para liberar a Samuel Crespo Domínguez, un joven que trabajaba para el clan que había sido detenido por la Policía tras sufrir un accidente de tráfico. Pero no es el único clan que mueve droga en La Línea, así como en otros municipios del Campo de Gibraltar donde el narcotráfico ha ido adquiriendo fuerza en los últimos años, en una tendencia inversamente proporcional a las de las inversiones del Estado y de la Junta en la comarca.

La Policía detuvo en 2017 a más de cien personas por tráfico de drogas en La Línea

El abandono de las administraciones es notorio. El hospital del que se llevaron a Samuel Crespo es un viejo complejo metido dentro del núcleo urbano, muy cerca de barrios conflictivos como el de San Bernardo. El nuevo hospital sólo presta un servicio muy reducido. El aeropuerto internacional de Gibraltar, que iba a ser compartido, está terminado en su parte británica y ni siquiera empezado en la española. El paro alcanza unos niveles elevadísimos y tampoco la mano de obra está especialmente formada. "¿Cómo se puede convencer a un chico de que va a cobrar mil euros por un trabajo cuando puede cobrarlos en una noche descargando fardos de hachís?", se preguntan los linenses.

La pregunta tiene una difícil respuesta. Los alijos se suceden con una frecuencia vertiginosa. A veces coinciden seis o siete embarcaciones en alta mar a la espera de poder desembarcar la carga. Un piloto de una planeadora cobra entre 30.000 y 36.000 euros por viaje. Alrededor del narcotráfico hay una cadena casi industrial. Están los pilotos de las lanchas, que a veces tienen que pasar dos y tres días en el mar a la espera de que desde tierra les avisen de que no hay vigilancia policial para poder llevar la droga. Están los porteadores, que son los encargados de llevar la droga desde la lancha hasta el coche en el que se llevará después a las guarderías o lugares en los que se almacena. Un porteador suele cobrar mil euros por trabajo.

Están los conductores de los coches, que suelen ser casi siempre Toyota Land Cruiser, ideales para meterlos en la playa y para recorrer a toda velocidad las calles de la urbanización ilegal en la que se guarda la droga, El Zabal. La Policía Nacional ha recuperado en lo que va de año 26 coches de este tipo sólo en la Línea de la Concepción, todos ellos sustraídos y comprados por las mafias del narcotráfico. El año pasado se recuperaron 120 todoterrenos de alta gama robados, mientras que hubo alrededor de un centenar de personas detenidas por tráfico de drogas en este municipio.

Están también los vigías. Muchas de las casas del barrio de San Bernardo que dan al Paseo del Mediterráneo tienen torreones de vigilancia. Son puestos de observación desde los que se puede ver el estado del mar, si hay presencia de alguna lancha de la Guardia Civil y Vigilancia Aduanera o de algún helicóptero de las Fuerzas de Seguridad. En uno de esos torreones encontró la Policía un radar hace un mes.

Después están los encargados de guardar la droga. Casi siempre se almacena en El Zabal, una enorme barriada de autoconstrucción situada a la espalda de la Atunara. Los coches cargados de hachís van desde el punto del desembarco hasta chalés del Zabal en un trayecto que apenas dura unos minutos. Van a toda velocidad. Las calles del Zabal no están asfaltadas, sino llenas de baches, a veces son vías estrechas y no es infrecuente que se modifique la estructura del barrio al libre albedrío de sus habitantes.

Este medio fue invitado por la Jefatura Superior de Policía en Andalucía Occidental para recorrer los puntos calientes del narcotráfico en La Línea en un vehículo policial. En las calles del Zabal el patrullero ha de pasar a una velocidad muy reducida para no romper los bajos. Nada que hacer frente a los potentes Land Cruiser de los narcos. Aun así, la eficacia de la comisaría de La Línea sigue siendo importante. Uno de los agentes que acompaña a los periodistas va señalando con el dedo. "En esa casa cogimos tres mil kilos hace poco", dice. "En esa otra mil quinientos". "Mira esa nave, no hay ninguna industria aquí pero tiene unos muros de cuatro metros de alto, ¿para qué? Es obvio, ¿no?".

El patrullero recorre unas calles llenas de agujeros en las que se alinean, sin orden ni concierto alguno, cientos de mansiones. Chalés enormes, con muros altos, con puertas blindadas. Si se echa un vistazo desde Google Earth puede apreciarse que la mayoría de ellos tienen piscinas de gran tamaño. Son residencias de narcos y almacenes de droga. "¿Quién puede hacerse una casa enorme sabiendo que es ilegal y que el Ayuntamiento puede ordenar su derribo?", se pregunta uno de los policías. Los narcos apenas tienen nada a su nombre. Las casas no tienen registro porque son ilegales, y si hay que apuntar a alguien en un libro oficial se inscribe a algún inmigrante ilegal o indigente que actúe como hombre de paja. El coche de la Policía se encuentra con un quad, uno de los regalos de Reyes más habituales para los niños de esta zona, un lugar, recuérdese, en el que el paro afecta a más del 35% de la población activa. El quad baja un canal seco y lo cruza sin dificultad. "Imaginad un Land Cruiser. Por aquí vuelan".

Ha habido tiroteos entre las mafias. Algunos narcos llevan uniformes de policía para hacerse pasar como tal para robarles la droga a otros clanes. Cuentan en la zona que hay una narcocultura, que hay quien llama su hijo Pablo por Pablo Escobar y que también proliferan las camisetas con el rostro del capo colombiano. Y la prenda de moda entre los narcos es una chaqueta de la marca Yamaha.

El Zabal ha crecido en los últimos años. Se ha multiplicado. Siguen construyendo casas y casas sin control alguno, a un ritmo mucho más rápido que el de los expedientes de derribo que el Ayuntamiento pueda tramitar. Una visita a la zona sirve para percibir algo evidente: la lucha contra el narcotráfico no es un problema puramente policial. Haría falta una intervención urbanística integral, tanto en El Zabal como en la Atunara, para hacerles verdadero daño a los narcos. La Policía lucha a diario contra el narcotráfico, "pero la fábrica está ahí enfrente", dicen, señalando a la playa.

Por el momento las administraciones han instalado unos bloques de hormigón en la playa del Tonelero, en la Atunara, para impedir que los todoterrenos de los narcos puedan llegar hasta la arena. La medida no sirve de mucho porque la playa está a escasos metros de las casas. Sólo obliga a correr unos metros más a los porteadores. Y en cada alijo participan entre veinte y cuarenta personas. En la arena incluso pueden apreciarse las marcas de rodadura de un vehículo que ha logrado acceder hasta la playa, aunque la actividad está un poco más relajada estos días por la presencia de la Unidad de Intervención Policial (UIP).

En La Línea se da la tormenta perfecta para favorecer a los narcotraficantes. La playa del Tonelero está oculta tras el espigón del puerto deportivo de La Atunara, por lo que las planeadoras pueden esconderse tras el muro del espigón a la espera de que se vaya la Policía y recibir el aviso desde tierra para desembarcar. El barrio está lleno de calles estrechas y casas que pueden servir de refugio o de lugares para abandonar la droga y darse a la fuga. Además, el punto del desembarco está a tiro de piedra de las guarderías del Zabal. Y una vez almacenada la droga, ya sale en distintos coches y es mucho más difícil de aprehender. Por un callejón de la Atunara entran tres cuartas partes del hachís que se distribuye en toda Europa. No quiere esto decir que todos los vecinos de estos barrios estén en el negocio. La ciudadanía está harta. Como demostró ese mismo martes en una masiva manifestación de protesta a las puertas de la iglesia. Ahí se vio la dignidad de La Línea.

intensa actividad policial

A la derecha, dos policías con un todoterreno y un alijo de hachís intervenido en la playa. Sobre estas líneas, cinco lanchas esperan en alta mar para desembarcar.

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