tacet | crítica

Daniel Bilbao, deseo de espacio

  • La galería Birimbao propone hasta el 15 de enero las cuidadas construcciones del pintor sevillano 

Cuando el vagabundo (no el nómada) tropieza con la ciudad, dice Peter Sloterdijk, en su monumental Esferas, lo poseen dos sentimientos encontrados. De un lado, la posibilidad de vivir protegido en un entorno seguro. De otro, el recelo, cuando no el temor, al límite, incluso al encierro. Es fácil detectar esa oposición en la tradición pictórica: desde las mujeres de Vermeer que leen cartas (mensajeros del exterior) en lugares reservados que sólo ofrece la casa, hasta las ventanas de Caspar David Friedrich: impulsan a salir a un mundo exterior que exigen, sin embargo, el recogimiento del estudio para poderlos apreciar.

Parecida tensión despierta el gran cuadro de Daniel Bilbao (Sevilla, 1966) colgado al fondo de la sala, justo enfrente de la puerta de la galería. Es un interior límpido, exacto, que aseguran el firme plano superior, sobre la cristalera, y las verticales paralelas que definen el vitral. Pero el plano inferior, el del suelo, construido en la luz, presenta, desde la sombra inicial, límites menos precisos, algo curvados que casi de modo insensible llevan la mirada al exterior, hasta la suave pendiente del césped que subraya un trazo verde más brillante. Esta llamada al exterior se completa con el contraste entre las paralelas exactas de la cristalera y las de dos troncos, ya en el exterior, que de algún modo guían la mirada hacia el lugar donde, al fondo, confluyen los árboles del jardín.

Desde un punto de vista académico es sin duda lícito hablar de oposición entre dos géneros pictóricos, interior y paisaje, o del contraste entre formas racionales y orgánicas, pero el atractivo del cuadro quizá esté sobre todo en lo que Mieke Bal llama deseo de espacio, que es, en opinión de la escritora holandesa, más potente que el placer que proporciona la forma. Creo que se hace justicia a la sostenida reflexión sobre la arquitectura que Daniel Bilbao mantiene desde el dibujo y la pintura, viéndola desde esta perspectiva.

Su anterior exposición, en esta misma sala, teñía con luz de ocaso, signo de decadencia para algunos y de fecundidad para los románticos, las exactas líneas del pabellón de Mies van der Rohe en Barcelona. No pretendía cuestionar la virtud de la precisión y el orden, sino sugerir que otros espacios son posibles. La tensión entre la exactitud (a veces excluyente) de la razón y la fertilidad (en ocasiones arriesgada) de la fantasía, la traslada en la presente exposición a la confrontación entre entornos definidos y enclaves imprecisos, entre figuras del asentamiento e imágenes de la aventura.

En parecida dirección parecen apuntar otros cuadros: Gran Auditorio-Lago, donde la geometría del pabellón convive con el fluir de las aguas, y sobre todo, Lateral Nocturno que añade al contraste anterior la presencia de la noche y una expansión de lo líquido que cubre casi las tres cuartas partes del lienzo.

'Tacet. Gulbenkian Museum I' de Daniel Bilbao. 'Tacet. Gulbenkian Museum I' de Daniel Bilbao.

'Tacet. Gulbenkian Museum I' de Daniel Bilbao.

El arte proporciona, entre otras cosas, la semilla de esa inquietud que despierta el deseo de lo posible y genera la desconfianza, cuando no el escepticismo, ante las situaciones en las que todo parece claro, definido, ajustado. La imaginación, ese arte oculto del alma humana, abre vías, labra ciudades, rescata recuerdos, aun dolorosos, que arrojan dudas y sombras sobre cualquier discurso autosatisfecho.

Hay un aspecto en la obra de Daniel Bilbao de suma eficacia para despertar este deseo de espacio: es el ritmo. Tacet. Gulbenkian Museum I, obra que comenté al principio, se construye con una leve asimetría, de modo que el centro de la puerta de cristales queda ligeramente a la izquierda del eje de simetría vertical. Con ello la mirada, sin ser demasiado consciente de ello, recorre con rapidez la parte izquierda del cuadro y se demora en la derecha, cadencia que abona el propio desarrollo del paisaje, mucho más detallado a la derecha. Algo similar ocurre en Gran Auditorio. Escaleras: al situar el punto de fuga a la izquierda del eje de simetría, el ritmo de la mirada es diferente al recorrer el posamanos de la izquierda que el de la derecha. Alguien definió al ritmo como la incorporación del tiempo en la forma. Tal incorporación no es un añadido sino una inclusión inicial y por eso altera y agita la forma. Este germen del tiempo en las cuidadas construcciones de Daniel Bilbao es ya un acicate para aceptar sin temor el deseo de espacio.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios