La atracción del silencio | Crítica

Una noción de paisaje y una idea de pintura

  • En su exposición en Espacio Olvera, Irene Sánchez Moreno despliega una visión de la naturaleza llena de serenidad e ironía, que la autora recoge en unos cuadros exactos y precisos

'Cabaña en la piedra', una obra de Irene Sánchez Moreno.

'Cabaña en la piedra', una obra de Irene Sánchez Moreno.

Cuando hablamos del paisaje, de la pintura de paisaje, pueden traicionarnos las palabras. ¿Es serio poner bajo la misma etiqueta La Laguna Estigia de Patinir, el Embarque de Santa Paula Romana de Claudio de Lorena, El ‘Temerario’ remolcado a su último atraque de Turner, Recuerdo de Mortefontaine de Corot, El Gran Pino de Cezanne y las vistas de Yorkshire de David Hockney? Podría argumentarse que todas esas obras tienen un mismo denominador común: en ellas, como observó Georg Simmel, un fragmento, un enclave natural despierta en el espectador la idea total de naturaleza. La observación es sin duda sugerente y adecuada: cada imagen paisajística (pintura, dibujo, fotografía, filme), si está lograda sería un símbolo de eso que llamamos naturaleza, hace presente aquel todo inabarcable.

Pero la cuestión dista de estar resuelta: ¿qué entendemos por naturaleza? ¿No la entenderían de modo muy distinto Patinir, Claudio, Turner, Corot, Cézanne y Hockney? A esta diversidad habrá que añadir otra: ¿qué idea de pintura tenía cada uno de esos autores? Dejo ahí las preguntas para responder sólo a una muy concreta: qué idea de paisaje (y de naturaleza y pintura) subyace a los cuadros de Irene Sánchez Moreno (Granada, 1983).

La idea de naturaleza de la autora parece sobre todo arquitectónica. No hay en ella ese componente líquido, fluctuante, que puede apreciarse en Corot, ni tampoco los espacios imprecisos con que Caspar David Friedrich intentaba señalar a la ilimitación de la naturaleza. Sánchez Moreno insiste más bien en la firmeza constructiva, en la solidez de ciertas formas naturales. Así se aprecia en Vuelta al origen: el consistente trazado del murete aleja a los montes cuyos perfiles son más potentes que la nevada que los cubre y las nubes que los coronan. Incluso Cabaña en la piedra, una figura con evidentes ecos románticos, tiene también impronta constructiva: la cubierta ¿de pizarra? de la pequeña borda posee una exactitud geométrica afín con los precisos perfiles de los sucesivos montes.

Si hay alguna relación con la naturaleza es más bien la de complicidad. La autora no busca 'lo sublime'

'Vuelta al origen'. 'Vuelta al origen'.

'Vuelta al origen'.

Esta firmeza constructiva no parece, sin embargo, partir peras con lo sublime. No hay en sus cuadros intención de desmesura. La mirada de Irene Sánchez tiene más bien la serenidad de la de Cézanne. Los montes están ahí, comparten la vida, amueblan la mirada. Hay en todo caso un eco de ironía: la tienda de campaña en Prólogo me parece que pone sordina a la idea de una naturaleza supuestamente inalcanzable. Si hay alguna relación con la naturaleza es más bien la de complicidad, como corresponde a una especie natural, la humana.

Esta relación con la naturaleza se lleva al cuadro gracias al modo en que la autora pone la pintura. A veces parece un grafismo por su exactitud. Al mirar de cerca sus cuadros, se advierte que la forma final surge de aplicaciones precisas del pigmento, unas veces con sorprendente delicadeza aunque en la mayoría de las ocasiones domina el afán de subrayar la presencia, la existencia real, de las rocas o los montes. Poco a poco, paso a paso va surgiendo de estos sabios toques la construcción a la que antes me he referido.

Hay en este aspecto algo de gran interés y merece la pena destacar: el doble valor de la pintura. La pintura de Irene Sánchez es sin duda realista en el sentido más serio del término: no reproduce, describe ni narra, sino da fe o levanta acta de la realidad de ese fragmento de naturaleza. No estamos ante un sueño, una fantasía diurna o una de esas formas sugerentes pero imposibles en que se ejercitaba Clotilde Rougon, heroína de Émile Zola. A montes, cabañas, collados o nubes, Irene les da certificado de existencia. Pero al mismo tiempo, la fuerza del pigmento, su materialidad, queda clara, de manera que también se disfrutan sus cuadros simplemente como pintura. Su obra impulsa así una doble visión que podría entrañar a la vez una noción de naturaleza y una idea de la pintura. De la pintura, porque esta crece en el límite entre el ilusionismo y la abstracción, y de la naturaleza porque nos indica que, a juicio de la autora, el animal humano es tan sensible a la grandeza de los montes como a la materia de los pigmentos.

Cuanto acabo de decir se sustenta sin duda en una clara competencia dibujística de la autora. Buena dibujante ha de ser quien transmuta el rectángulo blanco del lienzo en esta sinfonía de tonos graves de alta montaña. Pero al dibujo acompaña una rigurosa noción del color. Merece la pena examinar de cerca la ya citada tienda de campaña de Prólogo y la gama de azules grises y blancos de Ladera norte. Este manejo del color es probablemente necesario para la exacta puesta de pintura de Irene Sánchez a la que ya me he referido.

La muestra ofrece, pues, una visión del paisaje y una noción de pintura que quizá permitan, si no responder a las preguntas planteadas al inicio de estas líneas, al menos a reflexionar sobre ellas.

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