¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Repeticiones y repetidores
El ejercicio de previsión es siempre arriesgado, especialmente acerca del futuro. Esta irónica frase que los norteamericanos usan para poner de manifiesto las dificultades que existen para prever el futuro es especialmente cierta cuando una gran incertidumbre rodea nuestro presente.
El pasado domingo, Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, afirmaba que a finales de este año veríamos síntomas de mejoras significativas en la economía. Esperemos que acierte porque las enseñanzas que nos muestra la Historia –el único laboratorio con que contamos los economistas– nos indican que el plazo para la recuperación todavía será largo.
Los mejores trabajos aplicados sobre las crisis de las economías occidentales durante el siglo XX nos indican que, en el ámbito financiero, no suelen durar más de dos años. Si aceptamos que empezó en EEUU a finales del 2007, cuando finalice el año en curso –como prevé Bernanke– deberíamos ver mejoras al otro lado del Atlántico. Pero si empezó claramente más tarde –el pasado septiembre– entonces tendremos que esperar un año más para que los bancos estén saneados.
Podemos medir la crisis de otras formas; la vivienda es de las más visibles para las familias. Como media, en las recesiones del pasado siglo, el valor real de la vivienda se redujo un 36% en términos reales –descontando la inflación– y desde su valor máximo hasta que alcanzó el mínimo, transcurrieron entre cinco y seis años. En EEUU, el máximo en el mercado de la vivienda se alcanzó a finales del 2005, lo que significa que todavía le quedan unos dos años de caída, aún cuando sea ya más suave y no vaya más allá de un 10% adicional. En España –después de un brutal mareo para encontrar las estadísticas más fiables–, la vivienda ha reducido su valor, desde el máximo en el primer trimestre del 2008 hasta el cuarto trimestre, en poco más del 6%. En España, pues, todavía hay un largo recorrido a la baja para el precio de la vivienda.
Otra forma de medir la crisis la encontramos en la bolsa. Típicamente, desde un máximo en el mercado hasta su mínimo, transcurren tres años y medio y el valor se reduce en un 55% en términos reales. Con las cotizaciones de esta semana, el índice Standard&Poor´s de Wall Street se ha reducido en un 56,8% y el Íbex español el 53,8%, de manera que, de acuerdo con la media histórica, ambos habrían alcanzado su suelo. Sin embargo, dado que el S&P alcanzó su máximo a mediados de 2007 y el Íbex a finales del mismo, todavía le quedarían dos años y medio y tres años, respectivamente, para que reboten de manera sostenida. Recordemos que el último crack de la bolsa provocado por la burbuja tecnológica duró 30 meses; en este sólo llevamos 17.
En fin, todavía podemos medirlas de otras formas. El desempleo es la manifestación más triste de todas. Las pasadas recesiones nos indican que el paro aumentó durante cinco años, con una media de subida de la tasa de paro de siete puntos, lo que llevaría a todas las economías de la OCDE a tasas superiores al 10%. En España, dada la estructura productiva y la elevada elasticidad del empleo a las variaciones del PIB, la subida será significativamente superior.
Las crisis financieras llevan siempre asociadas ayudas considerables de los gobiernos al sistema financiero. En las pasadas crisis, la deuda pública se incrementó en términos reales un espectacular 85%. Sin embargo, no son las ayudas a las entidades financieras las que explican la mayor parte del incremento de la deuda. Fundamentalmente es el desplome de la actividad real y, en consecuencia, de la recaudación de impuestos, junto a los programas de estímulo de gasto público, las variables más importantes que explican el crecimiento espectacular de la deuda. Si esta situación se repite colocaría la deuda pública con relación al PIB por encima del 100% en casi todos los países, situación que ya sufren Italia y Japón.
No hay que aterrorizarse porque ese volumen de deuda es financiable. Ahora bien si, y sólo si, aceptamos un futuro diferente para nosotros y para nuestros hijos. Un cálculo simple nos indica lo siguiente. Si los tipos de interés se encuentran entre el 2% y el 3% en términos reales, si la tasa de crecimiento real del PIB se encuentra también en ese rango y los gobiernos no comenten locuras que le hagan perder la credibilidad –los parámetros dentro de los que nos movemos en las economías occidentales–, entonces el coste real sería alrededor del 1,5% del PIB anual.
Es financiable, pero el futuro cambiaría. Si antes de la crisis el sistema de pensiones no era viable a largo plazo, después de la crisis lo será aún menos. Tendremos que aceptar que el retiro anticipado del mercado de trabajo con cargo a la seguridad social será imposible y que tampoco podrán garantizarse ganancias reales anuales en la capacidad adquisitiva de las pensiones.
Es cierto que los tipos bajos –en realidad, negativos– están dando de momento un respiro a todos, a las familias y a los gobiernos, que están soportando reducidos costes financieros. Pero esta situación, aunque favorable para la salida de la crisis, es transitoria.
En todos los países, los partidos de la oposición y la prensa presionan para que sus respectivos gobiernos saquen al país de la crisis. Ningún país puede hacerlo por sí solo. La crisis es global y requiere soluciones globales. Y los países de la UE, hasta el momento, están hablando mucho y colaborando poco.
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