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Inés Bacán y NIño de Gines | Crítica

La niña inocente y el joven sabio

La cantaora Inés Bacán en su actuación en San Luis de los Franceses

La cantaora Inés Bacán en su actuación en San Luis de los Franceses / Óscar Romero (Sevilla)

A las doce de la mañana, con un sol radiante que se colaba por la cúpula de la imponente Iglesia de San Luis de los Franceses y las voces de Niño de Gines e Inés Bacán sentenciando verdades, sentimos que el flamenco es una religión que explica el sentido de la vida. Una creencia compartida que eleva a lo divino y nos reconcilia con el mundo. Por eso, a la salida, se respiraba el mismo ambiente que el de un domingo después de misa. La alegría y la tranquilidad que da haber empezado bien el día.

Todo porque ambos artistas -cuyas edades están muy cerca de sumar los Cien años de arte con los que se ha titulado el ciclo- ofrecieron un recital de elegancia y buen gusto, en el que primó la autenticidad y la sencillez. Así, con una voz templada pero enérgica, una intachable actitud escénica y una seguridad impropia, el Niño de Gines demostró por qué los jóvenes merecen un hueco en esta cita. Especialmente, emotivo fue verle pelearse con el cante por seguiriyas o recordar a sus maestros Naranjito de Triana y Paco Taranto en unas impecables soléas. Además, el cantaor, arropado por la inspiradora, creativa y personal guitarra de David Caro, dejó constancia de su sabiduría en los tientos, bulerías y fandangos, evidenciando que hoy día es posible beber de las mismas fuentes pero de otro modo.Inés Bacán, por su parte, emocionó desde que abrió la boca por tientos con su cante corto y directo que parece mecer sin esfuerzo, como si de un juego infantil se tratase. De hecho, y aunque a priori la distinción estaba clara, la voz limpia, cándida e inocente de la lebrijana llevó a pensar sino era ella la niña y el de Gines el veterano.Y así, con un aplomo y naturalidad todopoderosa, fue encadenando fandangos, soleares, cantiñas, romances, seguiriyas y bulerías sin palmas que la apoyaran, sin ayeos que le sirvieran de introducción, y a veces hasta con una guitarra mal sonorizada. Sólo con sus ojos cerrados, sus manos abiertas y su garganta generosa, encerrando ahí a compás los recuerdos de toda una vida.

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