Un año sin José Manuel Lara
EL sábado 31 de enero de 2015 nos apresurábamos a poner en orden, impresionados y entristecidos, los textos y fotografías que conservábamos en nuestro archivo, con los artículos y evocaciones que recibíamos de personalidades que lo habían conocido, para informar a los lectores del fallecimiento de José Manuel Lara. Revisamos especialmente las entrevistas que le hicimos, las reseñas de la fundación que tan orgullosamente lleva el nombre de su padre y todo lo que publicamos con motivo de haber recibido, dos años antes, el Premio Clavero que nosotros mismos organizamos.
Justo un año después, y también para la edición del domingo, hacemos lo propio para dar cuenta a los lectores del primer aniversario de su muerte y homenajear su figura, grande en tantos sentidos.
Nos parecía entonces que su pérdida empobrecía enormemente un país tan necesitado de lucidez y en el que la desorientación y levedad parecían decididos a no contenerse.
Celebrábamos también esas cualidades que le hicieron ver mejor que los demás cómo iba a ser la España de después de Franco, superando a todos los editores españoles, llevando la empresa que fundara su padre a cotas impresionantes y sorprendiendo a todos.
También dábamos cuenta de que sus especiales circunstancias le conferían una condición única. Recibía mucha información y compaginaba el trato diario de las personas decisivas de la política, la empresa y la banca con las del periodismo, la intelectualidad y la cultura. Poseía el talento para procesar los datos y conocía como nadie los principales asuntos del país. En muchos de ellos intervenía de manera discreta y eficaz. A veces porque se lo requerían y otras por iniciativa propia.
Destacábamos su condición de catalán y andaluz y lo útil que ello resultaba a la hora de reducir tensiones, su habilidad para ser exigente y delicado a la vez y su generosidad y sentido del humor.
Decíamos que era en el desacuerdo o la crítica cuando mejor se advertía el profundo respeto que tenía por las personas y su derecho a pensar y opinar como quisieran.
Recordábamos que sus éxitos y la innegable influencia que lo acompañaban, no lo habían envanecido. Muy al contrario. Se comportaba con sencillez y su trato era cercano y, a menudo, entrañable. Sin fingimientos ni imposturas.
Nos felicitamos por la atracción que sentía por los periódicos y por cómo le gustaba discurrir sobre la manera de adentrarse en los arcanos digitales.
Tenía ambición para el futuro de la prensa y para esta empresa periodística en particular, a la que ayudó más allá de su condición de accionista comprometido.
Decíamos hace un año que haberlo tenido como socio y gozar de su amistad había sido un privilegio al que nos habíamos acostumbrado y que añoraríamos toda nuestra vida.
Constatamos que es así.
Sin embargo, su recuerdo evoca optimismo y anima al éxito.
Nada en él era tristeza. Corresponde guardarlo en la memoria con una enorme sonrisa.
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