El burgués errante

Manuel Chaves Nogales. Andar y contar | Crítica

Acreedora del Dominguez Ortiz de biografías en 2011, Confluencias edita, ampliada, la monografía que Mª Isabel Cintas Guillén dedicó al oficio y la peripecia vital del escritor sevillano Manuel Chaves Nogales

El periodista Manuel Chaves Nogales durante una 'interview'
El periodista Manuel Chaves Nogales durante una 'interview'
Manuel Gregorio González

09 de enero 2022 - 06:00

La ficha

Manuel Chaves Nogales. Andar y contar. Mª Isabel Cintas Guillén. Confluencias, 2021. Vol. I: 552 págs. 24,90 €. Vol. II: 330 págs. 22,90 €

Se publica, ampliada con nuevos datos e imágenes, la biografía que Mª Isabel Cintas Guillén dedicó a Manuel Chaves Nogales, uno de los grandes periodistas del XX europeo, y cuya obra completa -dentro de lo posible, como sabemos- ha sido editada ejemplarmente, hace unos meses, por Ignacio F. Garmendia, columnista y crítico literario en estas mismas páginas, basándose en los ingentes trabajos previos de la profesora Cintas Guillén y otros conjurados favorables al cronista sevillano. Las novedades, como ya se ha dicho, tienen un marcado carácter periodístico, en un doble sentido: un mayor conocimiento de la biografía de Chaves, y una más abundante documentación gráfica sobre su larga y asendereada peripecia vital, que acabará tempranamente en el Londres asediado por la aviación alemana.

Cintas Guillén destaca el carácter moderno del periodismo andariego, técnico, empresarial, que practicó Chaves Nogales

Probablemente, el mayor logro de esta biografía de Chaves Nogales sea el de explicar la figura de un periodista (y la urgente modernidad de su oficio), al tiempo que se exponen, tanto la realidad política y vital del hombre, como el sustrato histórico y social donde se desplegó y con el que se alimentó su obra. Por el primer aspecto, Cintas Guillén recuerda el linaje periodístico al que perteneció Chaves Nogales, no sólo por lo que atañía a su padre, el periodista sevillano Manuel Chaves Rey, que ejerció un honesto magisterio tardorromántico, cuanto por su tío, el también periodista José Nogales, y al fondo de los cuales se hallaba la estampa admirativa y el genio tutelar de Larra. En este mismo sentido, Cintas Guillén recordará algo tan obvio como reseñable: la modernidad del periodismo andariego, técnico, de carácter empresarial, que ejercería Chaves Nogales, y cuyo ápice se hallaba acaso en los grandes reportajes, ayudados de la aviación, con los que el periodista dató con exactitud el auge de los totalitarismos en Europa; y, en consecuencia, el descrédito de las democracias burguesas, que encontraría en España su trágico reflejo. Quiere decirse, pues, que el periodismo de Chaves Nogales tiene bastante de progreso técnico y financiero, por cuanto habilita una forma de hacer prensa que excluye el vínculo partidista y se apoya en la capacidad técnica y reproductiva de la imprenta y la fotografía, así como en una lógica mejora de la soldada, que jubilará la atroz bohemia valleinclanesca.

Hay otra cuestión en la que Cintas Guillén abunda oportunamente para explicar la posición humana y política de Chaves, en un mundo fascinado por las tiranías, y que encontraba en el parlamentarismo burgués una forma de poder inadecuada y débil. Chaves se definió como pequeño burgués y liberal, “ciudadano de una república parlamentaria y democrática”, conceptos todos en franca remisión y en trance de desaparecer, dado el triple carácter anti-liberal, anti-burgués y anti-democrático de las corrientes políticas que enseñoreaban el siglo y que en España se manifestaron en toda su crudeza. Recordemos que en el breve lapso del periodo republicano se dan cuatro golpes de Estado, tres de ellos felizmente abortados: el de Sanjurjo en agosto de 1932, la revolución de Asturias y la declaración de independencia catalana, ambos en octubre del 34; y un último golpe, de julio del 36, que resultaría triunfante después de una larga y encarnizada guerra civil. Todo lo cual quedará fiel y melancólicamente consignado en el periodismo de Chaves Nogales, como luego lo haría con la dramática caída de Francia, también con parecidos agentes inductores: el pacto Ribbentrop- Mólotov que conduciría, poco después, a la traición de los comunistas franceses a la república.

De hecho, es esta universalidad del autoritarismo, esta necesidad de un fürer, de un duce, de un caudillo, de un “padrecito” atroz como Joseph Stalin, que copaba las sociedades del XX (“el miedo a la libertad”, lo llamaría Erich Fromm) el que conducirá a Chaves Nogales a su último domicilio, al otro lado del Canal. Este paso postrer, bien documentado por Mª Isabel Cintas, es el que nos permite comprender el valor universal de Chaves Nogales; esto es, el valor de su modesto empeño liberal y democrático, de impronta republicana, cuando se vio asediado por los grandes Leviatanes de aquella hora: comunismo, nacional-socialismo y fascismo, los cuales redujeron el mundo, no sólo físicamente, a escombros.

Un hombre de méritos

Cintas Guillén recuerda en estas páginas que Chaves Nogales muere, exiliado y joven, sabiendo inconclusa su lucha por la democracia. En tal sentido se han recordado las palabras del escritor sevillano -no siempre favorablemente- en su prólogo de A sangre y fuego, cuando confiesa que “había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros”. Más clarificadoras son, sin embargo, las que escribe unas líneas más abajo (recordemos que estamos en la primera mitad de 1937): “El resultado final de esta lucha no me preocupa demasiado. No me interesa gran cosa saber que el futuro dictador de España va a salir de un lado u otro de las trincheras”. Lo cual recuerda razonablemente a lo que Azaña dice a Sánchez-Albornoz en Valencia, en ese mismo año: “Albornoz, la guerra está perdida pero si la ganásemos, en el primer barco que saliera de España tendríamos que salir los republicanos, si nos dejaban”. Esta figura del demócrata liberal y republicano, tan exigua ya entonces, es la que emerge con naturalidad de esta biografía exhaustiva.

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