"Estoy harta de los hombres a caballo y Bolívar era uno de ellos"

KARINA SAINZ BORGO | ESCRITORA

El debut en la novela de la periodista Karina Sainz Borgo (Caracas, 1982) es una distopía que abisma al lector en la degradación de un país que fue el suyo

Karina Sainz Borgo (Caracas, 1982) reside en España desde hace más de una década.
Karina Sainz Borgo (Caracas, 1982) reside en España desde hace más de una década. / Juan Carlos Vázquez
Charo Ramos

26 de mayo 2019 - 06:01

Karina Sainz Borgo ha dado el salto de periodista cultural a novelista con La hija de la española (Lumen, Barcelona, 2019), el relato de una mujer sola en su lucha por escapar del infierno en que se ha convertido su patria. La obra muestra su interés formal por textos que han abordado el choque entre civilización y barbarie, como La carretera de McCarthy y Desgracia de Coetzee. En su compromiso con el lenguaje, sensual y atento al color local, y en la habilidad para engastar metáforas que alivien los pasajes más violentos, la autora contrarresta con su elaborada escritura los prejuicios que pueda plantear esta alegoría sobre la decadencia moral en los estados totalitarios. Sainz Borgo y su compatriota Juan Carlos Méndez participan el martes (19:00) en la Feria del Libro de Sevilla en un coloquio moderado por Fernando Iwasaki.

-Su novela transmite una irredenta nostalgia por su país aunque nunca se nombre a Venezuela expresamente. ¿Qué es para usted La hija de la española?

-Es un ajuste de cuentas muy grande con el perpetuo desarraigo que siempre me acompañó. He visto a mucha gente atravesar el desierto de reinventarse y sobrevivir como le ocurre a mi protagonista, la traductora Adelaida Falcón. Todos se sienten culpables, tienen una relación traumática con el país y siempre miran hacia atrás, con el riesgo que eso conlleva de convertirlos en estatuas de sal y no poder avanzar. Esta novela trata del exceso del poder, de lo que hacen las sociedades enfermas de totalitarismo con el individuo, de cómo lo anulan, trituran y le quitan todo, el pasado y el futuro.

-¿Cuál es su relación familiar con España, donde reside desde hace más de una década?

-Soy hija y nieta de españoles que se instalaron en Venezuela. Mi libro es en gran medida un homenaje a mis abuelos, republicanos que salieron en 1939 pero nunca me hablaban de España. Quisieron vivir y morir en Venezuela porque para ellos España era como un brazo amputado. Tampoco mi padre mencionaba sus años en Francia, donde ahora sí recuerda que les llamaban raza sucia cuando llegaron huyendo desde Barcelona. Es algo común entre supervivientes, que se resguardan en evocaciones luminosas para hacerse compañía y guarecerse del dolor, como hace mi protagonista. Mi padre sueña con morir en Venezuela, donde ya sólo reside mi hermana mayor.

"Soy hija y nieta de republicanos españoles que se instalaron en Venezuela y nunca quisieron mirar atrás"

-Su protagonista, Adelaida Peralta, es hija de una maestra a la que entierra en las primeras páginas pero que está muy presente en todo el libro. Es imposible no leer la relación entre estas mujeres fuertes en clave política.

-Sí porque la relación de ellas es de amor pero tremendamente política. Una relación hecha de amor y deber: la madre insiste en que debe haber orden en la casa y hay que cumplir las normas, cuidar el decoro y la educación. Se necesitan y funcionan como las dos partes de una espada en ese hogar donde no hay un padre. La casa que le quitarán los revolucionarios es lo único que tienen y la consiguió la madre dando clases. Adelaida recuerda que al darle deberes la madre la hacía libre. Yo también crecí en un entorno de mujeres autosuficientes, intuitivas, que tenían una relación muy clara con la responsabilidad. Por eso me siento en parte expulsada de este mundo contemporáneo donde todo el mundo se siente víctima de algo. Yo no soy víctima de nada, a mí me enseñaron a resistir, a ser. Quería que mi protagonista fuera la imagen destilada de las mujeres que me criaron, mujeres valientes que hicieron una épica al construir un país nuevo. Ahora son las hijas las que recogen los cascotes de todo eso que sus madres edificaron.

-¿Por qué empleó el tono alegórico para narrar la descomposición física y moral de su ciudad?

-La vía de la metáfora y la distopía me pareció la forma más potable de contar la historia sin reaccionar como periodista. Evité registrar fechas y nombres porque yo quería emocionar, que la gente metiera la cabeza en la fosa séptica en que puede convertirse un país y la lucha por sobrevivir en esa oscuridad perpetua. Y lo tremendo es que al día siguiente de publicarse la novela se produjo el apagón y en Caracas, como en mi libro, siempre era de noche. Creo que en Venezuela hasta los propios verdugos son víctimas de un país que iba a prosperar pero el progreso no llegó. El populismo vino a decir te doy la carta en blanco del agravio y ahora todos vamos a desquitarnos pero no fue así. Hasta la gente humilde evidenció que todo fue a peor. Para que la novela funcionara como alegoría del poder acentué muchas cosas, como el personaje de la Mariscala. Al escribir a menudo pensé en Casa tomada, el relato de Cortázar. Nunca dice que es una alegoría política pero el poder totalitario es así, como una pesadilla que lo va invadiendo todo.

"Mi protagonista es la imagen de las mujeres valientes que me criaron y edificaron un país ahora lleno de cascotes"

-Su relato del miedo y del horror que Adelaida Falcón quiere dejar atrás le permite reflexionar sobre el fracaso de las utopías. ¿Por qué piensa ahora que se rompió su país y cómo se vive el drama actual desde la diáspora?

-Una parte del libro sugiere a través de las reflexiones de mi protagonista que el país se obcecó, pensó que la bonanza del petróleo iba a ser eterna y se empeñó en mirarse al espejo cuando la tragedia estaba a la vuelta de la esquina. Estábamos narcotizados por el petróleo y el progreso. Cuando España entró en la Transición nosotros estábamos en una situación boyante. Ahora en cambio somos el perseguido, el apestado, aquel al que nadie cree. Aunque no hay cifras oficiales la diáspora se estima en tres millones de venezolanos. Hay distintos tipos de emigración: yo elegí venir pero mucha gente salió corriendo. Madrid está lleno de jóvenes con empleos precarios y es como una penitencia nacional porque nunca esperamos esto.

-Uno de sus personajes más dramáticos es Santiago, un brillante estudiante de Económicas al que el régimen arrolla y que le permite mostrar con crudeza el horror de las torturas en las cárceles y su ingreso en las bandas armadas de los Hijos de la Revolución.

-Toda esa parte está bien documentada, hay informes de Amnistía Internacional que relatan las torturas y las violaciones con cañones de fusil ya en la época de Maduro. Muchos estudiantes enloquecieron o murieron en las cárceles. El personaje de Santiago me permite mostrar cómo el régimen achicharró también a los mejores y más capacitados y además les negó el derecho al honor como hacía Trujillo y se relata en La fiesta del Chivo, al presentar sus cadáveres como traficantes o vulgares delincuentes para que a sus familias les diera vergüenza recordarlos.

"Miranda fue nuestro gran ilustrado, un liberal convencido que trajo a Venezuela la imprenta"

-Suele reivindicar a Francisco de Miranda, el prócer venezolano enterrado en San Fernando (Cádiz). ¿Es su modelo para la reconstrucción del país?

-Miranda fue nuestro gran ilustrado y el referente político frente al adinerado criollo Bolívar. Fue un liberal convencido, europeo, el hijo de un tendero que trajo a Venezuela la imprenta. Estuvo siempre en contacto con las ideas de la Revolución, su nombre está grabado en el Arco del Triunfo de París y fue un héroe nacional hasta que la revolución lo reescribió y le quitó peso frente a Bolívar, otro hombre a caballo. Y yo estoy harta de los hombres a caballo, no los aguanto.

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