Mar último

Lírica de una Atlántida | Crítica

Veinte años después, Alfonso Alegre Heitzmann revisa su impecable edición de la espléndida obra de Juan Ramón Jiménez en el exilio, que marca una cima en la poesía española del siglo

Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1881-San Juan de Puerto Rico, 1958) en 1951.
Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1881-San Juan de Puerto Rico, 1958) en 1951.

La ficha

Lírica de una Atlántida (1936-1954). Juan Ramón Jiménez. Edición de Alfonso Alegre Heitzmann. Tusquets. Barcelona, 2019. 496 páginas. 22 euros

Como explican los estudiosos que se han sumergido en el océano de papeles y notas en los que el poeta revisó una y otra vez los versos, los poemas y la ordenación del conjunto, la Obra de Juan Ramón Jiménez, con la mayúscula que él mismo solía usar para expresar su ambición totalizadora, estuvo sometida a incontables variaciones en función de los sucesivos proyectos, publicados o inéditos, de los que dejó constancia, convirtiendo la tarea de restituir la secuencia definitiva en un empeño arduo, lleno de dificultades y acaso literalmente imposible. Los juanramonistas, sin embargo, una cofradía cuyos mejores integrantes –de otros no puede decirse lo mismo– parecen haber heredado el celo, el rigor ético y el afán de perfección que distinguió al mayor poeta español del siglo XX, no han dejado de intentarlo, siendo mucho lo que se ha avanzado desde que las primeras ediciones póstumas empezaron a recuperar textos dispersos o desconocidos. Si se trata de la última etapa de su producción, la que Juan Ramón llevó a cabo durante las dos décadas largas que vivió en el exilio, la edición de Lírica de una Atlántida, publicada por Alfonso Alegre Heitzmann en 1999, en la colección de poesía que dirigía el poeta y editor colombiano Nicanor Vélez para Galaxia Gutenberg, señaló un hito que más de veinte años después –lo vemos en la nueva de Tusquets– no ha perdido vigencia.

La recopilación de la poesía 'americana' de JRJ incluye cuatro libros que no llegaron a ver la luz en vida del poeta

Acogida al hermoso título general que manejó el propio JRJ, concebido en un principio para la primera de las entregas escritas en el destierro, la recopilación de la poesía americana de JRJ incluye cuatro libros que no llegaron a ver la luz en vida del poeta: En el otro costado (1936-1942), Una colina meridiana (1942-1950), Dios deseado y deseante. Animal de fondo (1948-1952) y el postrero De ríos que se van (1951-1954). Durante esos años Juan Ramón dio a conocer, en ediciones argentinas o mexicanas, parte del contenido de los libros citados, que se sumaba a los poemas –todavía españoles, pero publicados tardíamente– recogidos en La estación total (1946): Romances de Coral Gables (1948), Animal de fondo (1949), Espacio (1954) o el último de todos, la Tercera antología poética (1957), pero la edición completa de aquellos fue en todos los casos póstuma y no siempre ajustada a las minuciosas indicaciones del autor, expresadas en centenares de documentos con información variable o a veces contradictoria, dada su tendencia a la incesante reescritura. Fue la consulta directa del archivo custodiado en la Sala Zenobia y Juan Ramón Jiménez de la Universidad de Puerto Rico, verdadero cofre del tesoro al que siguen acudiendo los investigadores que merecen ese nombre, lo que permitió a Alegre Heitzmann editar con garantías unos libros ya entonces inencontrables, que se presentan en su recopilación con la pulcritud exigida por un poeta que fue también editor –y de los mejores de su tiempo– tanto de su obra como de la ajena.

El poeta, editor y ensayista Alfonso Alegre Heitzmann (Barcelona, 1955).
El poeta, editor y ensayista Alfonso Alegre Heitzmann (Barcelona, 1955).
Es mérito de Alegre haber mostrado que la "radical aventura" del último JRJ no se limitaba al poema 'Espacio'

Con el debido reconocimiento al trabajo de sus predecesores, Antonio Sánchez Barbudo, Aurora de Albornoz y sobre todo Antonio Sánchez Romeralo, la edición de Alegre sigue siendo ejemplar por su rigor filológico, por el cuidado aparato crítico –nada falta ni sobra en unas notas de clara redacción e impecable factura– y también por su esclarecedora exposición preliminar, donde explica muy bien la génesis e importancia de estos libros y su problemática recepción entre nosotros. Como un "diario de vida y muerte", como las etapas de un itinerario que Zenobia y Juan Ramón habían comenzado en Puerto Rico y que tras las estancias de Cuba y Estados Unidos los llevaría de nuevo a la "isla destinada", donde encontraron su "mar último", pueden leerse los tramos que tienen, como señala Alegre, una íntima conexión geográfica. A la hora de explicar su significación, solemos echar mano de términos abstractos como hondura, depuración, esencialidad, trascendencia, y hablar de una suerte de misticismo panteísta por el que el sujeto poético ha renunciado a su voz –o la ha llevado más lejos que nunca– para fundirse con el universo. Pero más que definir el alto y conmovedor empeño del poeta exiliado, en permanente lucha con sus demonios, lo que hay que hacer es leerlo, una experiencia transformadora. El gran mérito de Alegre se cifra en haber mostrado que la "radical aventura" del último JRJ no se limitaba al poema Espacio, equiparable a los grandes de Whitman o Eliot y considerado por Octavio Paz –en definición extensible a toda su obra de esos años– como "uno de los monumentos de la conciencia poética moderna".

Padre y maestro

La historia de la acogida parcial, desnortada o directamente mezquina que en su momento e incluso décadas después se dispensó en España a la gran obra última de JRJ se ha contado muchas veces, pero merece la pena recordar algunos episodios que con el tiempo –la primera aparición de Lírica de una Atlántida tuvo mucho que ver con el cambio de sensibilidad al respecto– se han vuelto aún más reveladores. El más conocido fue la escandalosa ausencia del poeta de Moguer en la célebre antología de Castellet, Veinte años de poesía española (1939-1959), publicada dos años después de la muerte de JRJ y con la que el avezado editor y publicista catalán, tan hábil para apropiarse de la herencia de Antonio Machado, expresó un sonoro desprecio que confirmarían las injustas descalificaciones de Gil de Biedma. "En los años de posguerra –dejó escrito Valente–, la lejanía, la funesta evolución de la poesía peninsular, la viciosa mala voluntad de las personas, hicieron de Juan Ramón una figura muy metódicamente silenciada". Pero no fue sólo Valente, entre los poetas del cincuenta, quien denunció esta desatención y reivindicó el lugar de primacía –también lo habían reconocido Alberti y Gerardo Diego, los únicos discípulos del 27 que no le volvieron la espalda– que correspondía al padre y maestro. En un escrito redactado con ocasión de la primera publicación exenta de Una colina meridiana (2003), al cuidado del mismo Alegre Heitzmann, Brines, "juanramoniano convicto y confeso", se dolía, según sus palabras con estupor y tristeza, por el "silencio nuestro" ante unos libros que mostraban el "desarrollo poético más vasto y sorprendente de la poesía española del siglo XX". La censura eclesiástica, incapaz de aceptar a ese 'dios' omnipresente en sus libros del periodo, o de otro lado y especialmente el ascendiente de la poesía social –lo que Alegre llama el "predominio de las corrientes realistas"– fueron para el valenciano los principales obstáculos para conectar con una poesía que o no se conoció o no fue entendida. A las alturas del nuevo siglo, sin embargo, se hace evidente que Juan Ramón, aún en mayor medida por sus libros americanos, es el gran poeta de nuestra edad contemporánea.

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