Refiere Plutarco, en una anécdota que recoge el libro del que hablamos hoy, que un cierto Marsias tuvo la mala fortuna de soñar que asesinaba al tirano de Siracusa, Dionisio, y de contárselo a un amigo: fue condenado a muerte. Algo similar sucede a otro personaje de 1984, el alegato antiestalinista de George Orwell. La moraleja es transparente; por mucho que la tiranía aplaste las conciencias, existe un resquicio último de libertad, un círculo inexpugnable, donde el individuo puede seguir expresándose con claridad y pronunciando los nombres de la verdad sin bozales: es el sueño.
Por lo que sé, algo tan apasionante como la historia de los sueños está todavía por hacerse. Sí: una crónica de la humanidad basada en sus imágenes nocturnas, que en paralelo a los logros científicos y técnicos, al ascenso a las cumbres del arte y la urbanidad, relate lo que sucedía en esas estancias oscuras donde se desplazan sus instintos más bajos. Un capítulo importante de dicha historia podría ser este libro de Charlotte Beradt. Periodista vinculada a los medios comunistas, vivió las convulsas jornadas que llevaron al derrumbamiento de la República de Weimar en 1933, y a partir de entonces, desde la intuición de que una metamorfosis estaba alterando el modo de pensar y sentir de sus conciudadanos, comenzó a recopilar sueños: de vecinos, de compañeros de trabajo, de dietarios, de obras literarias, de gente con la que hablaba o a la que oía en la calle, de su propio médico, hasta hacerle reunir un extenso catálogo donde contemplar la dimensión auténtica de la catástrofe. No había duda: el totalitarismo hitleriano se había filtrado hasta el subconsciente de los alemanes, distorsionando sus deseos y temores, deformando la visión que tenían de ellos mismos y ofreciendo un escalofriante presagio de lo que a la nación le quedaba por padecer.

Portada del libro.
Publicada en Estados Unidos en 1966 bajo los auspicios de Hannah Arendt y otros, El Tercer Reich de los Sueños es una selección de historias kafkianas, donde gente anónima, tenderos, secretarias, pequeños comerciantes, oficinistas y padres de familia, se enfrentan a situaciones absurdas que no pueden comprender. Casas de paredes transparentes donde el barrio entero puede escuchar lo que se susurra; llamadas telefónicas que en mitad de la noche advierten de que pensar también es un delito; pobres comadres que se esfuerzan por expresarse en otro idioma, o recurriendo a contradicciones y sinsentidos para no advertir el verdadero significado de la traición; trenes abarrotados en días de fiesta en que las mujeres judías buscan la aprobación del Führer, que reparte golosinas: escenarios todos de una tragedia que se aproxima al esperpento ("¿acaso nuestros padres no vieron que Hitler se parecía a un payaso?"), pero en las que estaba encapsulados todo el terror y la desolación que debían seguirles.
Nuestras vidas están hechas de la materia de los sueños, recitó aquel personaje de Shakespeare: también de la más oscura, la más letal, también la de las pesadillas.
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