El hombre que pateó el culo de Epi
Antonio Benavente, que cuelga las botas de empleado del club tras más de 25 años, cuenta sus andanzas y presume de no haberse perdido un partido en casa desde el 88.
"Agacharse, que estáis haciendo el ridículo a mi lado". Ríe mientras lo cuenta Antonio Benavente Boja (Sevilla, 24/10/47), el hombre que con sus 160 centímetros ha estado vinculado al club más de 25 años, desde la etapa de Amate cuando empezó como portero hasta ahora como encargado de mantenimiento. Le bailan fechas, lógico, y algunos nombres ha olvidado, pero tiene historias para troncharse.
Macareno de la calle Esperanza y sevillista -número de socio 6.850, "podía ser más bajo pero me negué a pagar las 1.000 pesetas extras por el fichaje de Bertoni"-, se marchó con sus padres en el 61 por la riada del Tamarguillo a la barriada Madre de Dios. Se casó el 18 de julio del 72 y al tiempo se fue a vivir al Trébol. Cuando se formó la asociación de vecinos llevó la tesosería y en el 88 empezó su idilio con el Caja San Fernando, cuando en la segunda temporada les pidieron apoyo para expandir la afición por Amate. Fue el año del ascenso a la ACB.
"Hay historias desde aquella época. Fuimos a ver al Caja a Badajoz. Jugaba por la mañana, eso seguro, y Jeelani lo primero que hizo al bajarse del autobús del equipo fue venirse con la gente de la asociación al bar y tomarse dos o tres cervezas. Vaya artista", rememora Antonio, que estuvo trabajando 40 años para Roca por las mañanas y por la tarde acudía a los entrenamientos a tener todo a punto para los jugadores y los entrenadores.
"Tras estar picando entradas pasé a mantenimiento y fue Petrovic quien exigió que estuviéramos durante los entrenamientos. Si una sesión empieza a las 18:30, yo estaba allí una hora antes, limpiaba la pista, preparaba los balones, las toallas, las botellas llenas con cada numerito. Y cuando terminaban me quedaba otro rato allí dejando todo listo para el día siguiente. Algunas veces se ponen a tirar y a apostar entre los jugadores y yo les suelto: ¿No tenéis casa?".
A Satoransky le tiene mucho cariño y el checo le dice a menudo lo siguiente. "La primera expresión que aprendí en español me la enseñaste tú: hijo de puta, porque no parabas de decírmelo". No olvida el castañazo de Marcelo Nicola en las semifinales de la Copa en San Pablo en el 94: "Yo iba agarrado a la camilla hasta que lo sacaron del pabellón". Eso fue en las semifinales entre el Taugrés y el Estudiantes; en la final, aparte de una pelea entre Ramón Rivas y Massenburg, se rompió el aro... "Los operarios del Ayuntamiento tardaban mucho en arreglarlo y José Antonio Parra nos dijo a nosotros que lo pusiéramos. Estábamos en ello y llega Epi quejándose de que la altura no estaba bien y no sé qué más, me di la vuelta, pegué un salto y le pateé el culo de cachondeo mientras le decía vete ya a tu sitio, hombre. Al año siguiente cuando volvió a Sevilla me lo recordaba porque en Barcelona se habían reído de él por haberle dado una patada un tío tan chico como yo".
Ha arreglado desaguisados en las casas de muchos jugadores y algunos merecen ser contados: "A Thierry Gadou no le funcionaba la luz de la cocina. Cuando llegué, su esposa cortaba un tomate sin apenas ver. Miro y le suelto: Mi alma, si no hay bombilla cómo va a funcionar. Otro día me mandan a casa de Burjanadze a solventar otro problemilla, abro la puerta y se me abalanza una señora en camisón pensando que yo era un caco. Era su madre y no la habían avisado". Más: "Fuimos tres a recoger un montón de bártulos de la casa de Ellis cuando se fue del equipo. Estábamos sacando la lavadora, los colchones... y aparecen 10 ó 12 policías. Una agente solía ir al Caja, le comenté quiénes éramos y me respondió que ella no sabía si yo llevaba una doble vida y me dedicaba a robar".
Amigo personal de Andrés Miso, al que ha ido a visitar a Madrid, a Zaragoza, a Murcia, nunca tuvo un problema con los entrenadores, pero admite cierta predilección por Javier Imbroda y José Alberto Pesquera.
Sólo una vez en un cuarto de siglo pasó miedo con un grandullón: "No sé ya ni cuándo fue ni quién era el jugador, pero nos ganó el Madrid y cuando nos metíamos en el vestuario la gente estaba muy cabreada por el arbitraje. Un negro inmenso empezó a decirle cosas a la afición, yo iba detrás y le grité que se quejaban por el robo arbitral. Me tiró una toalla. La cogí y le pegué un golpetazo fuerte en la cabeza. Cuando ese bicho se dio la vuelta... no sabía dónde meterme, me iba a comer. Menos mal que lo pararon".
Lleva a gala, y no es para menos, que desde el 88 no se perdió un solo partido del Caja, "y eso que he ido incluso con una sonda pequeña después de una operación y otra vez me perdí la boda de una sobrina... aunque llegué para el convite".
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