Una nueva historia económica

Hace días falleció a los 95 años Douglass North, el único premio Nobel de Economía concedido a un historiador Combinó de forma novedosa el análisis neoclásico de la economía y las instituciones

Rogelio Velasco

12 de diciembre 2015 - 01:00

EN medio de una grave crisis económica y de una campaña electoral, muchas noticias relevantes pasan desapercibidas. Los medios no les prestan atención y los ciudadanos tienen otras preocupaciones e intereses.

Hace unos días, falleció a la edad de 95 años Douglass North, el único premio Nobel de Economía concedido a un historiador -compartido con Robert Fogel-.

North fue el líder intelectual de la llamada Nueva Historia Económica, que rompía la metodología de investigación que se venía utilizando tradicionalmente; en particular, el escaso uso de la información cuantitativa y su tratamiento para poder obtener conclusiones robustas.

Este nuevo enfoque recibió, particularmente en España, un gran rechazo por parte de los historiadores económicos, al romper la metodología que se utilizaba; enfoque mucho menos cuantitativo, más narrativo y próximo al materialismo histórico, que era ideológicamente dominante en las universidades.

Las contribuciones de North y de otros nuevos historiadores han representado, sin embargo, un avance fundamental para comprender mejor no sólo la historia económica, sino también la de las instituciones y organizaciones de carácter político que rigen en Occidente.

North combinó de una forma novedosa el análisis neoclásico de la economía -los individuos actúan de acuerdo con incentivos personales- y las instituciones -las personas se comportan de acuerdo con la cultura heredada y su propia experiencia-. En conjunto, las restricciones institucionales que operan en un momento del tiempo y del territorio condicionan nuestras decisiones.

Cuatro han sido las innovaciones introducidas por North en el análisis histórico. En primer lugar, la cliometría o enfoque cuantitativo de la historia. La metodología la utilizó para estudiar la evolución de los costes de transporte durante el siglo XIX. Una conclusión fundamental fue que la reducción de esos costes no fue sólo consecuencia de mejoras tecnológicas, sino de cambios institucionales -reducción de la piratería, apertura del comercio internacional y desarrollo de los mercados- que afectaban a las empresas dedicadas al transporte.

En segundo lugar, la introducción de los costes de transacción y las instituciones marcaron una nueva orientación investigadora. ¿Por qué se crean, cambian o desaparecen formas de organización que permiten a las personas cooperar o competir? Ésa era la pregunta a la que quería dar respuesta. El uso del análisis económico para explicar por qué las instituciones funcionan como lo hacen representó un avance fundamental en el análisis de la historia.

North sostenía que es posible analizar los cambios en la manera como las personas nos relacionamos -las instituciones- en base a intereses personales que maximiza los beneficios de los agentes que toman las decisiones. De esta forma es posible explicar por qué la Peste Negra condujo a trayectorias divergentes: la aparición de asalariados en Europa Occidental, mientras que en la Oriental continuó el régimen feudal. Esta constatación condujo a North a valorar la dependencia que crea una determinada trayectoria histórica y económica que condiciona la evolución de los países y a considerar los costes de transacción que conducen a cambios en las instituciones o, por el contrario, a que permanezcan inalteradas durante largos periodos de tiempo. La historia que se hacía no valoraba adecuadamente las instituciones y el cambio institucional a lo largo del tiempo.

En tercer lugar, esas evoluciones divergentes condujeron a afirmar que el cambio institucional no se orienta siempre y de manera inevitable al crecimiento y desarrollo económico. Había que incluir en el análisis el papel de las ideologías y de las creencias y admitir que el comportamiento racional de los individuos es compatible con instituciones que retardan, más bien que promueven, el cambio institucional. Las instituciones cambian cuando existen grandes beneficios que puedan obtenerse, pero no lo hacen si los costes de transacción del cambio son muy elevados.

Esos cambios pueden ser provocados por hechos episódicos -como la Peste Negra en Europa- o pueden ser continuos y marginales y pueden desatar consecuencias que, inicialmente, no es posible prever. La estabilidad y la predictibilidad que suministran las instituciones a las personas representan un obstáculo permanente para el cambio.

Y en cuarto lugar, North acertó al establecer la distinción entre organizaciones e instituciones, utilizando para ello un símil deportivo. Las instituciones representan las reglas del juego y los medios para que éstas se cumplan, mientras que las organizaciones son las que participan en el juego. Esas reglas pueden estar constituidas por normas formales -leyes- e informales, y por pautas de comportamiento individuales.

En España, el rechazo que inicialmente produjo no sólo se explica por la distancia metodológica con el materialismo histórico -que lo fue y con gran fuerza-, sino por la propia formación de los historiadores. Participar en esa nueva corriente metodológica, exigía contar con una formación de economista más que de historiador. Hace medio siglo, la historia la escribían los historiadores, no los economistas.

Fue un reducido grupo de la universidad de Alcalá de Henares, liderados por Gabriel Tortella, los que se trasladaron a Estados Unidos para realizar sus tesis doctorales e investigaciones y aplicaron posteriormente este nuevo enfoque metodológico a la historia económica de España.

Una de las virtudes de los historiadores es la humildad. El objeto de análisis es tan complejo, que ningún investigador que se dedique a la historia nunca podrá estar satisfecho con el resultado de su trabajo. En este punto, North también nos ofreció unas lecciones que deberíamos aprender.

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