El Fiscal

La hora de los asuntos internos en la Semana Santa de Sevilla

Un diputado de tramo ata los cordones de un nazareno.

Un diputado de tramo ata los cordones de un nazareno. / M. G. (Sevilla)

La de tiempo que hemos perdido estos años con las negociaciones de horarios e itinerarios. No, el gran problema no era la logística. Cuántos debates sobre calles, minuto arriba y minuto abajo, cuánta energía derrochada en contar nazarenos para quitar o exigir tiempo de paso... El caso es que con cinco madrugadas rotas en veinte años, el foco se ha seguido poniendo por parte del colectivo dirigente cofradiero en el reloj y en los recorridos. Incapaces todos de ver dónde estaba la gran amenaza de la Semana Santa. No, no eran las bullas, ni la masificación, ni el número de nazarenos. Era y es la mala educación, una bomba racimo que afecta a la seguridad y a la movilidad y que, por lo tanto, genera temor y crispación. ¿Ustedes se imaginan que hubiéramos tenido una Semana Santa plena este 2024, con el añadido de un gobierno que se estrenaba y que ha mostrado inquietantes titubeos y dado demasiados barzones en asuntos tan importantes como los aforamientos y la regulación del consumo de alcohol?

Las Semanas Santas de la década de los ochenta y de los noventa del pasado siglo soportaron bien el boom. ¿Por qué ahora parece una percepción unánime la de que la calle ha resultado especialmente insoportable? Porque las cofradías han equivocado el rumbo. No era el año, además, de suspender estaciones de penitencia con tantas horas de antelación como para anular la opción de los hermanos se pudieran revestir con el hábito de nazareno. Vaya por delante que se trata de una obligación, pero es que muchos no han podido elegir en libertad si ponerse la túnica o no, directamente se les ha privado de esa libertad. Ninguna cofradía, que se sepa, ha expulsado jamás a un hermano por no comparecer en el templo un día de amenaza de lluvia. 

La autocrítica es fundamental

Es la hora de que las cofradías hagan autocrítica. Está en juego la evolución de la principal fiesta de la ciudad. Las hermandades exigen seguridad, vallas, aforamientos... Ahí están las cartas para probarlo. ¿Pero cuidan ellas de todo lo que es de su estricta competencia? ¡No, no son las dichosas peleítas por los horarios! Mucho se ha demandado la necesidad de apostar por la formación, pero se han dejado de cuidar muchas formas. Hay que cuidar muchísimo más al nazareno, enseñar cuestiones básicas como el sentido de la estación de penitencia, la necesidad de ir bien vestido, la obligación que tienen los diputados de tramo y los oficiales de junta de ser ejemplares, evitar los histrionismos en las salidas, entradas, peticiones de venias, etcétera. Se necesita un estilo más cuidado y mucha más mesura. No se puede reeducar al público, pero sí se puede dar ejemplo. Y eso empieza por ser más exigente con uno mismo. Una cofradía en la calle no es un espectáculo. La Semana Santa no es una manifestación cultural. ¿Lo tienen claro las propias cofradías? Porque el gran público, faltaría más, es muy libre de admirar perspectivas secundarias de la principal fiesta de la ciudad. Pero las cofradías...

Pongamos un ejemplo. Un hotel puede cometer el mal gusto de colocar la imagen de una dolorosa en el vestíbulo de entrada los días de Semana Santa, como hemos sufrido junto a la Plaza Nueva. Pero una hermandad (de ruan) no debe permitir que en una mudá se juegue con las marchas de cornetas, la coreografía costaleril y otras acciones que no ayudan al objetivo que ahora debe ser prioritario. La ejemplaridad, la naturalidad, la seriedad. 

Recuerden que las Semanas Santas de la pandemia fueron acertadamente suspendidas por el alcalde, el arzobispo y el presidente del Consejo de forma conjunta. Era y es una cuestión de ciudad. Hace falta una gran reflexión de todos los competentes en la materia, pero nos tememos que con la magna procesión de diciembre y la procesión anunciada en Roma no será posible el clima de sosiego para coger perspectiva y evaluar los grandes errores cometidos en el seno de las mismas hermandades por quienes están llamados a cuidar las formas. Nos dijeron que las denominadas piratas que salen antes de las vísperas de Semana Santa podían equivocar a los fieles, pero mucho nos tememos que quienes inducen a la equivocación están en muchas juntas de gobierno de cofradías que los cuentan por siglos.  Pongamos otro ejemplo. No se puede culpar a las cofradías de la multiplicación de las payasadas de particulares por las redes sociales, pero sí de difundir instantáneas con sus propios nazarenos descubiertos. Ha habido varios casos que han revelado una absoluta falta de criterio. 

Una Semana Santa peor que la recibida

No se trata de estar anclados en la Semana Santa de la infancia. En el público puede haber chuflas como para llenar un estadio, pero hay que exigir seriedad (que no tristeza) en quienes tienen responsabilidades en una fiesta tan importante, tan hermosa y que, al fin, es la historia de nuestras vidas, de nuestros antepasados y, esperemos, de nuestros sucesores. Ahora mismo tenemos una Semana Santa peor de la que recibimos. Y eso sí es triste. No se trata de abrir un teléfono de denuncias de conductas inapropiadas, ni de montar tribunales inquisidores, sino de centrar el debate, llamar la atención, dar el aldabonazo para que las grandes protagonistas tengan claro ese necesario deber de ejemplaridad, contención, y discreción, cada una con su estilo, su sello y sus formas. Más que nunca. Quizás la lluvia nos ha librado de males mayores este año. Pero eso es una especulación. Que hay una degradación, en cambio, es un hecho palmario. ¿Seguimos contando nazarenos como una estúpida versión del conde Draco? ¿Seguimos fomentado el costalerismo? ¿Seguimos usando las cuentas oficiales de las cofradías para asuntos banales? ¿Continuamos fomentado una Semana Santa para aficionados y objeto de consumo? ¿Queremos poner tope al número de nazarenos, pero hay bandas de música que ocupan el espacio de dos tramos? Hagan quienes deben hacer una reflexión, porque el gran público no la hará. Los turistas, menos. Al principio y al final es la ciudad, es nuestra rosa digna de cuidados, es nuestra vida. Es un asunto propio. Todos debemos ser como el diputado de tramo que se agacha porque un nazareno tiene un zapato con el cordón suelto. Lo ata mientras el nazareno sigue recto y con la mirada al frente. No podemos perder el cuidado de los detalles. Nos hemos relajado demasiado, hemos dejado demasiadas ventanas abiertas y se ha disparado en casa la polución hasta ser el ambiente irrespirable.