El Fiscal

El verdadero poder de las hermandades

Pañuelo

Pañuelo / M. G. (Sevilla)

EN estos días de muertos, contagiados , vacunas y angustias, en estas horas sin pasos, sin vísperas gozosas, sin preparativos ni pancartas que anuncian capirotes en la Puerta Carmona, sin túnicas a las que echar abajo el dobladillo ni dalmáticas que recoger del tinte; en estos meses de luz plena pero sin nubes de incienso, hay algo que ninguna pandemia puede arrebatar, el auténtico poder de las cofradías, el brillante en bruto que sólo poseen las hermandades: la capacidad de generar cariño, de dar afecto, de llevar el consuelo a quienes más lo necesitan. Una potencia del Señor, un pañuelo o un rosario de la Virgen, el cíngulo, el relicario con un trocito de tela que se obtuvo de la última restauración, una astillita de la cruz que en su día portó el Nazareno y de la que se guardan cientos para los hermanos enfermos.

Sólo el que ha pasado por esos trances sabe cuánto amor hay en esos envíos a los hospitales, clínicas o casas particulares donde hay un hermano al que acaban de dar la unción de los enfermos y que tal vez esboce su última sonrisa al apretar con fuerza el pañuelo o las cuentas del rosario, al besar la potencia que le es mostrada para aliviar el dolor del alma. Poco se sabe de estos gestos tan íntimos y hermosos que siempre tienen las hermandades para con los suyos.

En privado, sin ruido, con la autenticidad que es propia de las cosas discretas, siempre hay un hermano mayor, un mayordomo o un prioste que da el aviso: “Hay que llevarle la potencia del Señor, está en el Virgen del Rocío”. “Vete a la cajonera, saca un pañuelo de la Virgen y se lo llevas a su hijo, que estará esperando en la puerta de la clínica”. “Este trocito del manto de la Virgen es para ella, para que lo tenga en su mesilla”. Y se van sucediendo estos recados de amor, de consuelo, de afecto. Entonces aparece esa otra versión de la hermandad tan poco conocida y fundamental. Muchas hermandades se organizaron la pasada cuaresma para telefonear a los hermanos de mayor edad tras el encierro repentino que sufrimos, otra muestra de amor más que demuestra que se trata de instituciones perfectamente arraigadas en la sociedad y con alma y sensibilidad.

He visto a hijos devolver con toda satisfacción y cariño la potencia del Señor que su padre besó en sus últimas horas. Y solo por eso merecen la pena los disgustos o desilusiones que provocan las cofradías como cualquier colectivo formado ni más ni menos que por personas.

Se sabe mucho de las donaciones de flores de los pasos para los hermanos difuntos, esos ramos con chorreones de cera con los que amanece el cementerio de San Fernando las mañanas de Semana Santa. Pero poco se sabe del enorme cariño que generan esos hermosos préstamos que las hermandades realizan con tanto sigilo, como nazarenos que vuelven a casa con rapidez para no ser vistos. Benditos los que están pendientes de la salud de los hermanos para llevarles el consuelo de la cofradía.

Colas Colas

Colas / M. G. (Sevilla)

¿Qué será de los tíos de las puertas?

He terminado por echarlos de menos. Qué me gustaría que me cerraran la puerta del templo en las narices cuando ya es mediodía y falta poco para la llegada de los primeros nazarenos. “Ya no se puede entrar”. O su modalidad análoga: “Oiga, por aquí no se puede entrar”. Ni un coronel manda tanto en un acuartelamiento como el guardián de la puerta de una iglesia el día de salida de la cofradía. Qué habrá sido de ellos, de ese tono displicente, de ese golpe de autoridad, de ese tiempo efímero en que el guardián de la puerta se se siente el hombre más poderoso del mundo. Quién nos iba a decir que los añoraríamos casi como la contemplación del primer nazareno. Esta cuaresma sin puertas que guardar, sin colas de espera, sin corrillos en los alrededores de la iglesia, debe también recordar el malaje de esos guardianes. “Por aquí no, tienen que dar la vuelta”, advierte al enterado que se quiere colar con la novia por la puerta de salida. “¡Oiga, no toque el paso!”. He visto hasta episodios de fuerte tensión entre cofrades y tíos de las puertas. Nadie cae en la cuenta de que estos señores tienen que soportar las instrucciones de los mayordomos, no siempre a la altura ni con habilidad para ejercer las funciones de jefes de personal. Volverán las felices primaveras y los guardianes a las puertas. Háganme caso, no se enfrente a ellos. Sea misericordioso. Cuanto todo esto acabe, nos alegraremos de volver a sufrir una bulla como de toparnos con alguien que nos de con la puerta en las narices cuando llegamos al término del horario de la visita matinal. Recuerde que siempre podrá colarse por la puerta de la casa de hermandad o llamar a algún amiguete que pueda estar dentro. ¡Cuánto echo de menos a mis malajes!