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"Son las generaciones posteriores a la diáspora las que quieren saber más"

El historiador Josep Calvet.

El historiador Josep Calvet. / D.S.

EL RASTRO QUE POCOS QUIEREN RECORDAR. Josep Calvet (La Pobla del Segur, 1965) es doctor en Historia, especializado en el paso por España de los judíos que huían el nazismo. También es asesor del proyecto ‘Perseguidos y Salvados’, desarrollado por la Diputación de Lleida y centrado en recuperar los itinerarios utilizados por los miles de judíos que cruzaron durante esos años el Pirineo. Autor de títulos como Las montañas de la libertad o Huyendo del Holocausto, en su último libro, La carta olvidada (Nagrela) conforma, a partir de una misiva encontrada en Sort, el recorrido de dos hermanas, y dos familias, durante la diáspora.

–¿Cómo y por qué llega al tema del paso de los judíos en la II Guerra Mundial?

–Pues, realmente, mi tesis iba sobre la guerrilla antifranquista que propuso una especie de reconquista de España desde el Valle de Arán, confiando en que los españoles se unirían, y que por supuesto fracasó: el general Moscardó los acribilló e incluso tuvo que llegar Carrillo para que volvieran a Toulouse. Y buscando en los archivos de los guerrilleros, me encontré con episodios en los que se narraba el pase de judíos desde Europa Central. No había nada escrito en España sobre este asunto, y fui derivando hacia las historias de judíos porque eran las más impactantes, con familias enteras cruzando el Pirineo sin facultades físicas, ropa apropiada o conocimiento del terreno. A la desesperada. Y con el agravante de qué ocurriría luego.

–El paso de judíos, organizado por la Joint (Comité Judío Estadounidense), se toleró pese al discurso antisemita del franquismo. Uno no puede evitar preguntarse a cuántos funcionarios sobornarían los Sequerra.

–Nunca lo sabremos, pero los hermanos Sequerra tenían una red de contactos en todas las provincias fronterizas, así como ingentes cantidades de dinero para invertir en el tránsito y hacer regalos. Llegó un momento en el que la JOINTse convirtió en una especie de embajada, que todo el mundo respetaba:los judíos sabían que, si tenían algún problema, incluso con la Guardia Civil, el pase que los protegía era: “Samuel Sequerra, Hotel Bristol”. En algunos sitios te confirman que, además de los gastos, a los hosteleros les confiaban 25 pesetas a entregar a cada judío para su uso personal.

–Aun así, al llegar tenían que entregarse, aunque luego podían o no ingresar en prisión. Qué figura más rara.

–Teóricamente, deberían estar en prisión por cruzar clandestinamente los Pirineos, que era un delito y, si llevabas divisas, se sumaba contrabando monetario. Pero Sequerra consiguió un trato especial negociando con los gobernadores civiles y, a partir de ese momento, aquello fue como una máquina: del guardia civil al hotelero o al conductor de autobuses, sabían que Sequerra era generoso. Eso sí: hablamos desde mediados del 43, porque durante el periodo anterior, cuando aún esta red no estaba establecida, se dieron situaciones trágicas, con devoluciones en caliente y gente que terminó en Auschwitz.

–En ‘La carta olvidada’ sigue el recorrido de dos hermanas, Fanny y Rachel. La primera de ellas atravesó el Pirineo Central en 1944. Un cruce que fue una chapuza, relataba uno de los pasadores.

–Imagina llevar a 62 personas de todas las edades por el Pirineo más abrupto y vigilados por los nazis. Él mismo lo reconocía, pero su presencia allí fue un factor improvisado: aceptó porque, en principio, su única misión era proteger a un dirigente judío que iba en el grupo, y después se encontró con todo lo demás.

"Es imposible saber cuánto dinero de la Joint se usó en comprar a la administración franquista"

–El seguir la pista de esa carta olvidada –y encontrada en un hostal de Sort–, y de sus protagonistas, dice que es algo no hubiera sido posible hace sólo unos pocos años.

– Hace diez años, sin internet, no hubiera habido caso. Empezando porque yo localizo a la familia a través de una web de genealogía judía, escribiendo mensajes a los administradores hasta que sonó la flauta, porque los apellidos de las hermanas no eran sus apellidos de casadas, por ejemplo.

–Y todas las rutas de paso terminaron en Cádiz. ¿Por qué se eligió como puerto de destino?

–Sequerra quería que fuera Barcelona, pero no lo autorizaban. Pensaron en llevarlos a Portugal, pero también tenían problemas. No he encontrado documentos que hablen específicamente de esta historia. Un hecho importante es que les permitían salir de Cádiz, pero no alquilar allí el barco: de hecho, tanto el Nyassa como el Guiné partieron de Lisboa. La expedición de enero (Nyassa) fue la primera de carácter civil en atravesar el Mediterráneo en pleno conflicto mundial.

–Siguiendo estas historias se comprueba lo bien que funcionaba la maquinaria del silencio.

–Un hecho que no podemos olvidar es que hablamos de la España del primer franquismo, que la represión había sido brutal en la zona y la gente estaba acojonada y, con todo esto, parecía que se miraba hacia otro lado, nadie quería ser muy consciente de lo que pasaba. Durante toda mi investigación, en todo el Pirineo (catalán, oscense y navarro) parecía como si no hubiera pasado nada, cuando la gente del lugar estuvo muy implicada. En un pequeño pueblo como Sort, de apenas mil habitantes entonces, llegaron a pasar mínimo 3.000 extranjeros y no había rastro.

–Luego, hijos y nietos de la diáspora han empezado a rellenar los huecos de las historias familiares: momentos que los implicados no querían recordar.

–Claro, de hecho, la investigación de estas dos hermanas ha ido pareja, inevitablemente, a de la de mi propia familia, que era de la zona. Aquí el escenario es parecido: las segundas y terceras generaciones quieren saber por qué murió el abuelo, por qué estuvo en la cárcel, por qué se tuvo que ir del pueblo...

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