"¿Qué viene a quitarte el que llega en una lancha?"

Celia Santos. Escritora

"¿Qué viene a quitarte el que llega en una lancha?"
"¿Qué viene a quitarte el que llega en una lancha?" / M. G.
Pilar Vera

04 de agosto 2018 - 02:31

-El tema que se escoge en una primera novela es siempre el tema "urgente".

-Yo misma soy hija de inmigrantes. Mis padres salieron de un pueblecito de Salamanca en los 60 y se fueron a Euskadi. Salieron, como tantos, por pura necesidad. Siempre vemos a los inmigrantes desde el otro lado, como figuras que están ahí, y no nos paramos a pensar en sus historias. Quiso la casualidad que, en algunos trabajos, coincidiera con algunos extranjeros, y empecé a entablar relaciones y a escuchar sus historias. El tema de la inmigración siempre lo he tenido en la cabeza, y salió La maleta de Ana.

-Precisamente, teniendo en cuenta nuestro pasado de maleta, choca la actitud displicente o a la defensiva que tenemos con el fenómeno.

-Hay una frase en la novela que dice que siempre tenemos que tener a alguien por debajo a quien machacar: sentirnos superiores a alguien, a quien sea, da lo mismo. La memoria es muy frágil y el mecanismo de defensa, muy selectivo: a nadie le gusta recordar su pasado miserable, pero debemos pararnos a pensar. Mirar a ese señor o a esa señora que vemos en el metro o detrás de la barra del bar, y que viene de Marruecos, Perú o Ucrania: mirarles cinco minutos y comprenderlos un poquito más. El tratar de saber de dónde viene, cuál es su historia, su familia, dónde vive, qué le empujó a salir y embarcarse en esa aventura... es un ejercicio que deberíamos hacer todos.

-Hay una escena de la novela, el de la numeración de los inmigrantes, de absoluta cosificación. Pero lo seguimos haciendo.

-Pues claro. Llegan en las condiciones en las que llegan, los etiquetamos y los metemos en CIES, casi para no verlos y que no molesten mucho. Cuando escucho según que cosas se me llevan los demonios. ¿Qué viene a quitarte el que atraviesa el Estrecho en una lancha? No es algo que se haga gratuitamente, sino que te lo dicta el instinto de supervivencia, que es inherente a todos. Nadie se pone en peligro por propio gusto.

-En las cifras que da, llama la atención que un tercio de los inmigrantes españoles de los 60 y 70 lo hicieron de forma ilegal.

-Sólo que en vez de en lanchas iban en furgonetas. Todos tenemos a alguien relativamente cercano que tuvo o ha tenido que emigrar o irse fuera. Se calcula que, desde el acuerdo de contratación con Alemania en 1960, salieron de España 1.300.000 españoles. En la última década, han salido millón y medio de españoles. Nos estamos alejando, estamos tirando para atrás: las cifras son muy altas y parece que no nos queramos dar cuenta.

-Casos en los que emigraron los abuelos y, ahora, los nietos...

-Exacto. Yo diría que incluso es más frustrante para los que tienen que salir hoy en día. Las generaciones anteriores venían básicamente de núcleos rurales, del campo, no tenían formación: sabían las letras, que se decía, e iban a lo que fuera. Un joven de hoy ha invertido años, dinero, esfuerzo; se ve obligados a salir y no encuentra trabajo de su especialización. Hay ingenieros, médicos y abogados sirviendo cafés. En los sesenta, también, la necesidad era mucho más acuciante.

-Cualquiera diría que interesa el progreso mientras sea para otros.

-¿Cómo puede un gobierno permitir que tantos jóvenes con una alta preparación se larguen, no aprovechar todo lo que hemos invertido? Tenemos una fuga de cerebros constante: no se ha creado una red laboral para mantener nuestro propio talento.

-Contrasta con la baja cualificación de antes.

-En el caso de las mujeres, la cualifiación era cualificación nula. Había muchos de ellos que no sabían leer y escribir, y cuando recibían una carta se la tenían que dar a alguien para que se la leyera. Pasaban mucho miedo: salían muy jóvenes, además. No sabían ni dónde estaba Alemania, y llegaban prácticamente a otro planeta; y con la responsabilidad de mantener a sus familias. No les quedaba más remedio que superar el miedo e ir a trabajar cada día y esforzarse por entender.

-¿Tenían una idea certera de lo que iban a encontrar?

-Para ellos era una aventura. Se les vendía como que iban a tener un trabajo cuatro o cinco veces mejor pagado que aquí, con su propia habitación, con comida... Al Gobierno español le interesaba ese mensaje, claro.

-¿Diría que hubo integración? Al cabo de los años, la mayor parte volvió.

-La integración no fue fácil, primero, por el idioma: tan áspero para nosotros a priori. Los trabajadores vivían en los mismos recintos de la fábrica, en una serie de residencias que no eran otra cosa que barracones. En invierno, salían cuando era ya de noche. A finales de los 60 y 70, se empezó con la reagrupación familiar, en pisos que ya no querían los alemanes: pero en un mismo piso podían vivir tres o cuatro familias, compartiéndolo todo. Sí que es cierto que en los 70 comenzó un acercamiento entre ellos pero, al principio, no fue fácil.

Salto a la novela

Con su primera novela para adultos, La maleta de Ana (Ediciones B), Celia Santos trata el tema de la inmigración española de los años 60 y 70 y de la actual precariedad laboral. Escritora y gestora cultural, Santos (Bergara, 1972) ha dirigido durante siete años la sección de recomendaciones literarias de Tele Taxi TV, así como la web literaria Más que palabras. Como autora infantil, ha publicado junto a la ilustradora Sonia Sanz El faro de los corazones extraviados y Indy, una moto de cuento.

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