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Celia Santos. Escritora

"¿Qué viene a quitarte el que llega en una lancha?"

"¿Qué viene a quitarte el que llega en una lancha?"

"¿Qué viene a quitarte el que llega en una lancha?" / M. G.

-El tema que se escoge en una primera novela es siempre el tema "urgente".

-Yo misma soy hija de inmigrantes. Mis padres salieron de un pueblecito de Salamanca en los 60 y se fueron a Euskadi. Salieron, como tantos, por pura necesidad. Siempre vemos a los inmigrantes desde el otro lado, como figuras que están ahí, y no nos paramos a pensar en sus historias. Quiso la casualidad que, en algunos trabajos, coincidiera con algunos extranjeros, y empecé a entablar relaciones y a escuchar sus historias. El tema de la inmigración siempre lo he tenido en la cabeza, y salió La maleta de Ana.

-Precisamente, teniendo en cuenta nuestro pasado de maleta, choca la actitud displicente o a la defensiva que tenemos con el fenómeno.

-Hay una frase en la novela que dice que siempre tenemos que tener a alguien por debajo a quien machacar: sentirnos superiores a alguien, a quien sea, da lo mismo. La memoria es muy frágil y el mecanismo de defensa, muy selectivo: a nadie le gusta recordar su pasado miserable, pero debemos pararnos a pensar. Mirar a ese señor o a esa señora que vemos en el metro o detrás de la barra del bar, y que viene de Marruecos, Perú o Ucrania: mirarles cinco minutos y comprenderlos un poquito más. El tratar de saber de dónde viene, cuál es su historia, su familia, dónde vive, qué le empujó a salir y embarcarse en esa aventura... es un ejercicio que deberíamos hacer todos.

-Hay una escena de la novela, el de la numeración de los inmigrantes, de absoluta cosificación. Pero lo seguimos haciendo.

-Pues claro. Llegan en las condiciones en las que llegan, los etiquetamos y los metemos en CIES, casi para no verlos y que no molesten mucho. Cuando escucho según que cosas se me llevan los demonios. ¿Qué viene a quitarte el que atraviesa el Estrecho en una lancha? No es algo que se haga gratuitamente, sino que te lo dicta el instinto de supervivencia, que es inherente a todos. Nadie se pone en peligro por propio gusto.

-En las cifras que da, llama la atención que un tercio de los inmigrantes españoles de los 60 y 70 lo hicieron de forma ilegal.

-Sólo que en vez de en lanchas iban en furgonetas. Todos tenemos a alguien relativamente cercano que tuvo o ha tenido que emigrar o irse fuera. Se calcula que, desde el acuerdo de contratación con Alemania en 1960, salieron de España 1.300.000 españoles. En la última década, han salido millón y medio de españoles. Nos estamos alejando, estamos tirando para atrás: las cifras son muy altas y parece que no nos queramos dar cuenta.

-Casos en los que emigraron los abuelos y, ahora, los nietos...

-Exacto. Yo diría que incluso es más frustrante para los que tienen que salir hoy en día. Las generaciones anteriores venían básicamente de núcleos rurales, del campo, no tenían formación: sabían las letras, que se decía, e iban a lo que fuera. Un joven de hoy ha invertido años, dinero, esfuerzo; se ve obligados a salir y no encuentra trabajo de su especialización. Hay ingenieros, médicos y abogados sirviendo cafés. En los sesenta, también, la necesidad era mucho más acuciante.

-Cualquiera diría que interesa el progreso mientras sea para otros.

-¿Cómo puede un gobierno permitir que tantos jóvenes con una alta preparación se larguen, no aprovechar todo lo que hemos invertido? Tenemos una fuga de cerebros constante: no se ha creado una red laboral para mantener nuestro propio talento.

-Contrasta con la baja cualificación de antes.

-En el caso de las mujeres, la cualifiación era cualificación nula. Había muchos de ellos que no sabían leer y escribir, y cuando recibían una carta se la tenían que dar a alguien para que se la leyera. Pasaban mucho miedo: salían muy jóvenes, además. No sabían ni dónde estaba Alemania, y llegaban prácticamente a otro planeta; y con la responsabilidad de mantener a sus familias. No les quedaba más remedio que superar el miedo e ir a trabajar cada día y esforzarse por entender.

-¿Tenían una idea certera de lo que iban a encontrar?

-Para ellos era una aventura. Se les vendía como que iban a tener un trabajo cuatro o cinco veces mejor pagado que aquí, con su propia habitación, con comida... Al Gobierno español le interesaba ese mensaje, claro.

-¿Diría que hubo integración? Al cabo de los años, la mayor parte volvió.

-La integración no fue fácil, primero, por el idioma: tan áspero para nosotros a priori. Los trabajadores vivían en los mismos recintos de la fábrica, en una serie de residencias que no eran otra cosa que barracones. En invierno, salían cuando era ya de noche. A finales de los 60 y 70, se empezó con la reagrupación familiar, en pisos que ya no querían los alemanes: pero en un mismo piso podían vivir tres o cuatro familias, compartiéndolo todo. Sí que es cierto que en los 70 comenzó un acercamiento entre ellos pero, al principio, no fue fácil.

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