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Caso Pallerols

Todos piden la cabeza de Duran

  • Le recuerdan su promesa de dimisón si Unió caía, como avala el caso Pallerols, en la corrupción. ERC le considera el último dique de contención soberanista.

El caso Pallerols es la última prueba de la arraigada tendencia a la corrupción de la clase política catalana, pero encierra además una importante vertiente política. Josep Antoni Duran Lleida, líder de Unió y cabeza visible de CiU en Madrid desde hace años, ha sido víctima, como tantos otros, de sus promesas. Sujetas siempre a la interpretación, ni las suyas ni las de IU (ningún sospechoso de corruptela en las listas), el PP de la regeneración democrática (Baltar, Fabra, el paroxismo de la trama Gürtel)) o el PSOE-PSC de la alternativa transparente (los ERE en Andalucía, Bustos en Sabadell, el caso Alcorcón) han podido con la demoledora realidad. El político toma lo que cree suyo. 

Duran dijo que se iría si su partido robaba. Bien, su partido ha robado, pero Duran no se irá. Ayer pidieron su cabeza todas las fuerzas de la oposición catalana y algunas voces del PP nacional con intenciones diversas. Unos buscan simplemente erosionar con el eterno y siempre difícil juego del contraste comparativo, que en España no arroja vencedores y vencidos sino diversos grados de corrupción. Otros, como Esquerra, tratan subterráneamente de eliminar el último dique de contención soberanista de CiU, que ni siquiera es Unió en su integridad sino Duran en primera instancia y algunos de sus lugartenientes después, pero poco, cada vez menos, la sangre de la nueva militancia, tan nacionalista y rupturista como los cachorros de Convergència Democràtica.

El rol de Duran Lleida, el hombre que quiso ser ministro, es actualmente una incógnita. Como los socialistas catalanes, es víctima de la presunta superioridad moral del nacionalismo en su vertiente menos integradora. Su voz queda sepultada bajo los tambores batientes del proceso independentista, liderado sin sombras (internas) por Artur Mas y tutelado desde un estadio de superior compromiso político por el presidente de ERC, Oriol Junqueras, al que muchos atribuyen ya mayores y mejores dotes de mando a pesar de su subsidiariedad.

En realidad, la patria ha sido siempre el parapeto perfecto para los prohombres de la nación catalana. Nadie ha podido nunca derribar a Pujol, ni siquiera cuando la autopsia de Banca Catalana dejó meridianamente claras las maldades que arrastraba el muerto. El caso Palau le ha costado a CDC embargar su sede para cubrir la fianza de 3,2 millones impuesta por el juez, pero jamás amenazó a la planta noble del partido. Unió cuenta con sus propios regates -los casos Turismo y Treball, por ejemplo- y anota ahora su primer gol en contra sin que el guión vaya a variar una coma.

Y eso no es necesariamente negativo. Porque cuando el Plan Mas-Junqueras rompa contra los arrecifes del Estado, Duran tendrá que trabajar duro para reconducir la situación desde y con Madrid. Siempre que el plan encalle, claro.

Porque al dirigente español se le adjudican en abstracto atributos no necesariamente reales. Parece mentira que el primer mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, o tal vez no su mandato sino el ambiente institucional del momento, transmitiera más firmeza ante los rebeldes. El Plan Ibarretxe fracasó y nadie mentó al Ejército ni el PNV levantó barricadas. Mariano Rajoy, presidente, de fuerte gen gallego y en consecuencia ambiguo y oscilante, ha consentido por la vía del silencio o la pusilanimidad una escalada de desafíos impensable en un país guiado por el imperio de la ley y con procedimientos políticos bien definidos.

Artur Mas ya no pide, exige; ya no saluda, bufa; ya no anuncia intenciones sino que amenaza con hechos que no caben en el marco constitucional ni en los mecanismos elementales del espíritu pactista. Tampoco templa gaitas, por prolongar la onda Rajoy. Ningún gesto ajeno a su hoja de ruta será bien recibido o siquiera estudiado. El pacto fiscal se le ha quedado corto. Pero el Gobierno central, y con él lo que quede de oposición, deberían recuperar la iniciativa y plantear un horizonte de mejoras factibles para Cataluña.  

Descontaminar a la opinión pública catalana no es tarea fácil. El "España nos roba" sólo puede diluirse con una radiografía rigurosa de las balanzas fiscales, es decir, del verdadero balancín económico entre el Estado y la región (la diferencia entre lo aportado y lo recibido por Cataluña). Si el flujo es descaradamente negativo, habrá que encajar mejor la doble naturaleza catalana -por una parte, comunidad rica; por otra, y por ello, contribuyente neta a la equiparación de los servicios básicos entre CCAA- en el entramado español. Lo decía Muñoz Machado semanas atrás: descapullar la Constitución no es pecado. En esta imponente acción de construcción de la alternativa al menú CiU-ERC, Duran es un alfil crucial. Unos lo llamarían deslealtad, otros simplemente inteligencia.

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