EL título está revisado, porque la primera inspiración que procuró la bruja fue Objetores de la Feria. Al cabo, ella es ducha en hechizos y le quedan lejos las formas y maneras de las musas, porque no es lo mismo objetar de la Feria que situarse como agnóstico ante ella. Bastantes muestras de lo primero acuden al comodín de los tópicos, a la determinación de los prejuicios y también, no hay que olvidarlo, a la fuerza o la razón de algunos argumentos más sensatos. Y cuentan a su vez los agnósticos, sin ánimo de hacer de la Feria un misterio trascendente, un dogma festivo o un código moral. Sin ánimo, digo, pero, pensadas las cosas despacio, la Feria tiene muchos misterios que trascienden lo ordinario, no pocos dogmas, sencillos e incontrovertibles, que prescriben la alegría y, si no códigos morales, sí protocolos y maneras de hacer y de desenvolverse.
Si bien los matices importan porque las categorías absolutas se atemperan con la sustancia del detalle. De tal modo que, para la objeción, caben hasta acomodos o soluciones a propósito. A ver, ¿objeta el que, llegado ya este sábado, se quita de en medio pero después de haber cumplido con la causa de la Feria sin reparos ni melindres? O sea, que no se abstiene, que no se priva, sino que administra la fiesta a beneficio de la voluntad, las posibilidades, las alternativas… o el bolsillo. ¿Y agnósticos de la Feria quiénes son? Aquí hay que hilar más fino, porque el agnosticismo, ya se sabe, apela a las dificultades para acceder al conocimiento de lo divino, de lo trascendente. No para negarlo, importa decirlo, ni para situarse en una postura enfrentada o de objeción, sino considerando que no es posible, con fundamentos racionales, empinarse más allá de lo que la razón y la experiencia alumbran. Y, dicho esto, cómo aproximarlo a la Feria. Pues tal vez pudiéramos convenir que si la trascendencia más a la mano de esta fiesta es la alegría, a los agnósticos les incumbe la duda de que la alegría sea eso que se constata, todavía más que se vive, entre toldos y farolillos, en el universo de la Feria. Algo parecido ocurriría, y me malicio que la bruja quiere empantanarme por haberle cambiado el título, con los escépticos de la Feria, aunque la clave del matiz está entonces en considerar que la alegría -ese trasunto festivo de la verdad- no existe o que, de existir, somos incapaces de conocerla. Pero, ya objetores, agnósticos o escépticos, ¿qué son los que, costándoles la decisión de acudir a la Feria, no hay forma de sacarlos del real? ¿Prosélitos feriantes con la fe del converso?
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